Si se pudiera precisar la fecha cuando la propiedad sobre la tierra dejó de ser social para pasar a ser de una fracción de la sociedad, ese sería el día del pecado original económico, cuando el egoísmo empezó su ofensiva y el amor se vino a menos. Veamos.
Al principio la tierra pertenecía a toda la sociedad, la cosecha era distribuida entre todos de acuerdo a sus necesidades. En aquellas sociedades prevalecía una relación fraterna, amorosa: la faena en común, era complementada por la vida en común, por las preocupaciones en común, la suerte de un individuo era la suerte de todos, y la suerte de todos representaba la suerte de cada individuo. En resumen, era una sociedad orgánica, con una relación sana entre sus miembros y de estos con la naturaleza.
Cuando la propiedad de la tierra deja de ser social, para ser sólo de una fracción, la cosecha (que es trabajo acumulado) pasa a ser propiedad de esa fracción de la sociedad, es decir, un fragmento se hace propietario del trabajo de la sociedad. Comienza así una nueva era para la humanidad, la era en la que es posible que unos hombres se apropien del trabajo de otros hombres, se desarrolla una ética y una moral que justifica el absurdo. Siendo así, el lucro individual se coloca en el centro de todos los afanes, el lucro es la norma moral. Aparece el dinero como forma de intercambiar los diferentes trabajos acumulados, las diferentes mercancías, el dinero se transforma en Dios, y en sus altares se incineran todos los excelsos valores morales. El hombre comienza a ser lobo del hombre, y la sociedad se transforma en una lucha de todos contra todos.
La lucha de la humanidad desde esos días ha sido la lucha por acabar con este crimen y recomponer a la sociedad fragmentada. Cristo nos dice “amaos los unos a los otros”, que no es otra cosa que el anhelo de volver a la sociedad donde el hombre era el centro de todas las preocupaciones.
Hoy en Venezuela tenemos oportunidad de darle base material a ese llamado al amor. Mucho tardó la humanidad en comprender que el amor depende de las relaciones económicas que se establezcan entre los hombres: una sociedad de propietarios y desposeídos necesariamente será egoísta, por el contrario, una sociedad propietaria, la propiedad en manos de toda la sociedad, necesariamente será amorosa. Están dadas las condiciones para construir esa sociedad donde el amor deje de ser una ilusión, y sea un sentimiento apoyado en su base material, que no es otra que la propiedad social de los medios de producción, una sociedad donde la compra-venta del trabajo de los hombres sea un absurdo.
¡Sólo el Socialismo salva al pueblo!
¡Chávez es Socialismo!
Al principio la tierra pertenecía a toda la sociedad, la cosecha era distribuida entre todos de acuerdo a sus necesidades. En aquellas sociedades prevalecía una relación fraterna, amorosa: la faena en común, era complementada por la vida en común, por las preocupaciones en común, la suerte de un individuo era la suerte de todos, y la suerte de todos representaba la suerte de cada individuo. En resumen, era una sociedad orgánica, con una relación sana entre sus miembros y de estos con la naturaleza.
Cuando la propiedad de la tierra deja de ser social, para ser sólo de una fracción, la cosecha (que es trabajo acumulado) pasa a ser propiedad de esa fracción de la sociedad, es decir, un fragmento se hace propietario del trabajo de la sociedad. Comienza así una nueva era para la humanidad, la era en la que es posible que unos hombres se apropien del trabajo de otros hombres, se desarrolla una ética y una moral que justifica el absurdo. Siendo así, el lucro individual se coloca en el centro de todos los afanes, el lucro es la norma moral. Aparece el dinero como forma de intercambiar los diferentes trabajos acumulados, las diferentes mercancías, el dinero se transforma en Dios, y en sus altares se incineran todos los excelsos valores morales. El hombre comienza a ser lobo del hombre, y la sociedad se transforma en una lucha de todos contra todos.
La lucha de la humanidad desde esos días ha sido la lucha por acabar con este crimen y recomponer a la sociedad fragmentada. Cristo nos dice “amaos los unos a los otros”, que no es otra cosa que el anhelo de volver a la sociedad donde el hombre era el centro de todas las preocupaciones.
Hoy en Venezuela tenemos oportunidad de darle base material a ese llamado al amor. Mucho tardó la humanidad en comprender que el amor depende de las relaciones económicas que se establezcan entre los hombres: una sociedad de propietarios y desposeídos necesariamente será egoísta, por el contrario, una sociedad propietaria, la propiedad en manos de toda la sociedad, necesariamente será amorosa. Están dadas las condiciones para construir esa sociedad donde el amor deje de ser una ilusión, y sea un sentimiento apoyado en su base material, que no es otra que la propiedad social de los medios de producción, una sociedad donde la compra-venta del trabajo de los hombres sea un absurdo.
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