Otro nombre del
capitalismo bien podría ser "El Tuqueque". Su capacidad de
regeneración es asombrosa: una Revolución le mutila la cola y en poco tiempo
tiene una nueva, más vigorosa y agresiva que la anterior.
El capitalismo ha dado muestras de poseer más vida que
siete veces setenta, y siete gatos. Resiste todos los ataques, ha
conseguido sobrevivir a muchísimos intentos revolucionarios y retoñar orondo.
¿Cuál es su escudo? La pregunta
tiene tantas respuestas como situaciones históricas son posibles. Los escudos
que protegen al capitalismo son variados, podemos adelantar algunas
características de ellos.
Los escudos importantes, los más peligrosos, no actúan
en la superficie, se encuentran en lo profundo del alma, y de allí emergen
cuando las otras protecciones son derribadas. Es así, se puede
derrotar a los gobiernos capitalistas, se pueden modificar sus instituciones,
trasformar su Estado… todos serán pasos en el camino correcto, sin embargo, el
Tuqueque tendrá aún intacto su poder de regeneración, los escudos profundos
están allí esperando para actuar.
Uno de estos escudos, de estos artilugios que protegen
la capacidad de regeneración del Tuqueque, son los "pactos”, los
“armisticios". La historia está llena de estas componendas, aparecen
disfrazadas de doncellas, maquilladas con el rubor de la buena intención y de
la búsqueda de la paz.
Hoy en Venezuela aparece este escudo capitalista. El
Tuqueque intenta renacer o, mejor, recuperarse de los avances del Socialismo.
Hoy pende sobre la Revolución el peligro de la restauración, asoma en el
horizonte el pacto, que conocemos muy bien.
Los que proponen la claudicación del Socialismo fungen
hoy como diestros operadores políticos, hombres de olfato, componedores de
situaciones desesperadas, alabanzas aquí, cizaña allá.
Ya el Tuqueque, usando triquiñuelas de todo tipo,
consiguió un pacto en lo económico. Reaparece el capitalismo en mil versiones,
unas con caretas grotescas como esa de "empresarios socialistas" o
"productores productivos" y otras formas de propiedad nosocial con
más disimulo. Últimamente, de manera insolente, tiene la osadía
de alabar la vigorización del sector capitalista como un logro de la
Revolución. Al no tener resistencia, al no tener respuesta, avanza presto para
dar al pacto económico su expresión política y completar la regeneración.
Los aires de concertación rondan la Revolución , la
cercan. Lo primero que aparece es el miedo, los agüeros de crisis inventadas.
Inmediatamente se busca como solución la cooperación de la oligarquía, de los
capitalistas, se intenta así extender la convivencia en lo económico a otras
áreas sociales. Por ejemplo, excusados en el miedo a la inseguridad (en gran
medida hechura mediática), contrabandean una concertación con la "Ley de
desarme". Así borran las diferencias, todos somos iguales, la Revolución
es lo mismo, pero un poco diferente. No hay razones sagradas, no hay objetivos
importantes, lo mismo da uno que otro.
De esa forma ya el mandado está hecho, los pactistas
cumplieron su papel: ante la crisis simulada gritarán "¡es necesario un
gobierno común!", "¡el capitalismo nos salvará, regresemos!",
“¡que brote de nuevo la cola del Tuqueque!”... “¡al carajo la Revolución !”.
¡Con Chávez resteaos!
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