30.1.07

EL PUEBLO Y LA IDEA

Cuando un Pueblo se encuentra con la idea revolucionaria, se yergue, deja su infancia y se hace dueño de su destino.

Cuando la idea revolucionaria se encuentra con un Pueblo, deja de ser patrimonio de algunas mentes lúcidas, para convertirse en huracán transformador capaz de conmover a continentes enteros.

En Venezuela hemos tenido varias oportunidades de esta fusión entre idea revolucionaria y Pueblo. Veamos.

El 23 de Enero, fecha de reciente recordación, fue una de estas oportunidades. La muchedumbre se hizo Pueblo, y reclamó la idea.

La idea existía, estaba encarnada en santos como Fabricio, capaces de soñar, porque sólo los soñadores pueden fundar mundos.

Por el contrario, los pragmáticos, los que hacen de la política un cálculo y una astucia, podrán obtener de ella provecho material, es verdad, podrán sortear los obstáculos de los vientos mezquinos, pero nunca podrán vencer la tempestad y conducir Pueblos hacia su redención.

Siempre estarán condenados al basurero de lo mediocre.

Existía la idea revolucionaria, pero también existían sus falsificaciones, estaban presentes los heraldos negros, los buitres que se alimentan de la miseria de los Pueblos. Así como existía la idea revolucionaria, y existían los hombres que la portaban, presentes estaban los engañadores de Pueblos, disfrazados con mil caras y mil ropajes de cambio.

Y el Pueblo que reclamaba la idea fue engañado, así, la oportunidad de elevarse se perdió en una sombra que duró medio siglo.

Los engañadores de Pueblos cumplieron de nuevo su nefasto papel, y Fabricio terminó también en San Pedro Alejandrino.

Pero la idea de la mezquindad y la idea del amor, que se afrontan desde aquel Viernes Santo, o desde Espartaco, desde Caín y Abel, o quizá deberíamos decir, desde siempre, siguieron combatiéndose.

Nuevamente despertó el Pueblo que había estado dormido durante medio siglo, y nuevamente la muchedumbre se hizo esperanza y reclamó la idea.

Y la Revolución Bolivariana, ahora testigo del enfrentamiento milenario, superó las lisonjas, saltó por sobre abril, venció a diciembre, creció en mil elecciones, para llegar a la orilla del abismo, a la hora hermosa de la encrucijada, donde es necesario el vuelo alto, vencer la mediocridad del cálculo egoísta, hacer de la política un himno de amor, no sucumbir frente a las tentaciones de lo mezquino, fundar nuevos mundos que son viejos en los anhelos de la humanidad.

Hacerse dignos herederos de Abel, el Quijote, Cristo, Bolívar, el Che, Fabricio.

Dejar atrás a los mercaderes del templo infiltrados bajo piel de ovejas.

Desechar los cuarenta denarios.

Ir a San Pedro Alejandrino a decirle al Padre que hemos luchado, que hemos arado en el mar y cosechado Pueblos.

O, por el contrario, reptar, escoger el atajo de lo pequeño, el salto de la pulga, de la política práctica, de lo mezquino, conformarse con el paso corto, la mirada al suelo, y el corazón en la cartera.

¡Rodilla en tierra con Chávez y el Socialismo Auténtico!

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