A treinta días del desenlace la sórdida campaña
de la oligarquía, no la que sucede en la superficie, sino aquella soterrada,
sutil, oblicua, la que incide en la psiquis colectiva, está en pleno auge. Las
piezas de la guerra psicológica actúan en los abismos del alma social. Lo de
Amuay es sólo la punta de una gran montaña. El momento requiere reflexión.
Derrotar la embestida oligarca dirigida desde el
imperio amerita toda nuestra inteligencia. No estamos lidiando con un ataque
convencional de los que ya conocemos, directo, con pocos pliegues, no, ahora se
trata de algo más sofisticado: el imperio usa contra nosotros sus adelantos en
guerra de última generación, sus recursos de manipulación psicológica son muy
eficaces. Debemos utilizar toda nuestra astucia, innovar, pensar.
El agite, lo que el General Torrijos llamaba el
ardilleo, el practicismo o la práctica sin objetivo, no son suficientes ni
eficientes, es necesario el pensar profundo, la producción de ideas, la visión
estratégica, la percepción del conjunto. Es el momento de activar, con el
desespero del náufrago, pero pensar con la calma del sufí.
La actividad debe dejar
espacio al pensar, a la planificación, a la evaluación de la situación y de la
sociedad. La batalla debe tener momentos de silencio que permitan oír, otear el
horizonte, abrir los manantiales de la creación. Lo inmediato no debe fatigar
lo estratégico, el espejismo no distorsionar la visión y que lo deseado no se
confunda con lo existente.
La dirección que el pueblo se dio, la conexión
del Comandante Chávez y de la Revolución con el pueblo debe ser aprovechada, es
un canal invalorable para producir un choque en el alma colectiva, sacarla del
marasmo economicista, romper con la lógica capitalista, y convocar con urgencia
al espíritu patriótico que movió a los Próceres, a los héroes del Paso de los
Andes, debemos impregnarnos de la entrega del Libertador.
La dirección que el pueblo se dio tiene ese
deber, ese reto: actuar como dirección. Decirnos lo que es grato escuchar y
también lo que es ingrato, tener fe en el pueblo, convocarlo para grandes
tareas, las que dan sentido a la vida, las que nos llenan de orgullo y hacen
que valga la pena la existencia. La fuerza de la Revolución reside en el
espíritu, sólo el espíritu puede sostener las acciones que elevan a los
pueblos, los hacen grandes. Sólo los pueblos guiados por el amor pueden
rescatar su dignidad, unirse y hacerse dueños de su destino.
Tenemos un Comandante que estableció fuerte
conexión amorosa con el pueblo. A pocos días de las elecciones es
imprescindible que ese amor sustente nuestra campaña, más allá del afiche, de
la televisión, apoyarnos en lo que la gente lleva por dentro, que manifiesta en
la conmoción, la lágrima que produce el aparecimiento de Chávez. Esa pasión no se
mueve por lo material, es la emoción del que ve reflejada su condición en la
humanidad del Comandante.
¡Con Chávez resteaos!
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