El título parece una repetición innecesaria: ¿cómo puede haber una Revolución que no sea rebelde? Pero, uno de los peligros de la Revolución es caer en la parsimonia burocrática, en la pérdida de la rebeldía. Veamos.
La Revolución nace de un acto de extrema rebeldía que enciende el alma del Pueblo y lo lleva a cuestionar, a sustituir, a derrumbar todo lo existente. Las masas despiertan del letargo y se disponen a fundar universos.
Los primeros tiempos son de embriaguez espiritual, un viento vivo recorre el corazón de la nación. Un Pueblo así está preparado para lo grande, es capaz de la hazaña histórica más elevada: es capaz de cambiar y cambiarse.
Luego, la Revolución debe pasar a la etapa de la madurez, es necesario organizar, fundar instituciones, producir, asentar, construir. En ese momento aparecen dos peligros: la parsimonia burocrática y el anarquismo, es necesario avanzar por un filo rodeado de estos dos riesgos.
El anarquismo desintegra, relaja la necesaria disciplina, estimula el egoísmo, cada factor actúa por su cuenta, toma la Revolución en sus manos, no ve más allá de su mundito.
El anarquismo es una enfermedad que prospera cuando la Revolución deja vacíos políticos, cuando faltan las explicaciones y abundan las incomprensiones. Siempre termina desconociendo la autoridad del líder, y eso es fatal para el proceso.
La burocratización es el otro peligro. Cuando una Revolución se burocratiza, la política se vuelve un ejercicio sin alma, se castra la pasión que impulsa el proceso, las acciones políticas se vuelven un asunto de “orden superior”, y no de conciencia y fuego. De esta manera se forma el espejismo de que avanzamos, de que se va en el camino correcto.
La dirección se siente cómoda, se cumplen las metas, pero sólo en los papeles, se aprueban documentos y se cumplen directrices, pero sin conquistar corazones.
La burocratización de la política castra la rebeldía, el fervor del inicio de la Revolución , ya lo moral no impulsa, sólo lo hace lo material, la capacidad de sacrificio se merma, aparece el viático que decapita la entrega.
La dirección revolucionaria, que al principio cabalgaba sobre un huracán, porque así son las masas, rebeldes, cuestionadoras, discutidoras, difíciles de convencer, pero una vez convencidas dan la vida por sus creencias, ahora navega sobre las aguas plácidas pero estériles de la conformidad, la masa asiste distante a todo lo que pasa, su mirada es fría, inexpresiva, se mueve sin la llama interna.
La Revolución Bolivariana debe luchar contra esos dos peligros, por eso hoy más que nunca es necesaria “irreverencia en la discusión y lealtad en la acción”.
Discutir con rigor, todo y de todo, nada debe ser callado por motivos tácticos, perseguir la discusión es criminal, no convencer es caer en el abismo de la burocratización.
Debemos tener lealtad en la acción, actuar aisladamente nos debilita, actuar sin dirección le hace el juego a la oligarquía. Y, por sobre todo, debemos lealtad al líder que es garantía de Socialismo.
¡Aquí no cabe ni sucesión ni restauración, sólo Chávez!
¡Aquí no se rinde nadie!
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