NOSOTROS QUE TENEMOS EL RARÍSIMO PRIVILEGIO de vivir una Revolución triunfante, tenemos la oportunidad y el deber de hacernos algunas preguntas claves: ¿Cuándo se pierde una Revolución? ¿Quiénes se dan cuenta primero? ¿Cómo se revierte el camino hacia el abismo?
Para dar respuestas a estas necesarias interrogantes, debemos recurrir en primer lugar a nuestra experiencia histórica, vayamos dos siglos atrás cuando ocurrió fenómeno similar al que hoy vivimos: la Revolución de la Independencia. No olvidemos que estamos saldando las cuentas que el Libertador dejó pendientes.
La primera enseñanza, es que las revoluciones pueden ser capturadas y producirse la restauración de lo viejo, quién niegue esta verdad, o es un tonto de capirote, o es un oportunista peligroso. Dicho esto, entremos en materia.
¿Cuándo se pierde una Revolución? Una Revolución no se pierde como se pierde en un juego de cartas, todo o nada. Lo que se pierde es la capacidad de avanzar, la correlación de fuerzas cambia de favorable a desfavorable y, el anhelo revolucionario de los pueblos se va desvaneciendo. Entonces, otras opciones de vida toman fuerza, las vías revolucionarias no son entendidas, son sustituidas por soluciones inmediatistas reaccionarias, y el sueño queda relegado al olvido, o mejor, al fondo del alma popular, desde donde florecerá, años más tarde, en forma de líder, para transitar una nueva oportunidad. Es así que la Revolución de la Independencia, después de la derrota del Libertador, emerge robustecida, regresa con Zamora, con Fabricio, con Chávez.
¿Quiénes se dan cuenta primero? La pregunta debería ser ¿qué actitud toman los que perciben que la correlación de fuerzas va cambiando? En un extremo, encontramos a los oportunistas descarados, que saltan la talanquera o se agazapan, de estos no hablemos, los conocemos demasiado, el tufo de la traición se percibe con mucha antelación. En el otro extremo, se sitúan los revolucionarios, estos gritan los extravíos, pero no son comprendidos, su crítica es desdeñada por incomoda.
En el medio encontramos al grueso del pueblo que acompaña al proceso. Estos van deslizándose impensadamente a zonas de restauración, llevados por la ola de la realidad que cambia. El desagrado instintivo lo muestran con murmullos, con protestas espasmódicas, con silencio, y con desprecio.
¿Cómo se revierte el camino hacia el abismo? Hemos dicho que la Revolución es construcción de hijos del pasado, que portan en sus almas los valores de la restauración, y son esos valores los que abren la puerta de lo viejo. Páez, sucumbió en el charco de los valores mantuanos, no soportó, aquel guerrero, la lisonja oligarca, así lo confiesa explícitamente en sus días melancólicos de New York.
Es en la dirigencia, donde primero se deben sustituir los valores del pasado, su ejemplo guía. Recordemos al Che, austero, implacable contra el derroche, inflexible frente a los privilegios. Aprendamos de Fidel, siempre auténtico.
¡Sólo el Socialismo salva al pueblo!
¡Chávez, Fidel, el ALBA son Socialismo!
Para dar respuestas a estas necesarias interrogantes, debemos recurrir en primer lugar a nuestra experiencia histórica, vayamos dos siglos atrás cuando ocurrió fenómeno similar al que hoy vivimos: la Revolución de la Independencia. No olvidemos que estamos saldando las cuentas que el Libertador dejó pendientes.
La primera enseñanza, es que las revoluciones pueden ser capturadas y producirse la restauración de lo viejo, quién niegue esta verdad, o es un tonto de capirote, o es un oportunista peligroso. Dicho esto, entremos en materia.
¿Cuándo se pierde una Revolución? Una Revolución no se pierde como se pierde en un juego de cartas, todo o nada. Lo que se pierde es la capacidad de avanzar, la correlación de fuerzas cambia de favorable a desfavorable y, el anhelo revolucionario de los pueblos se va desvaneciendo. Entonces, otras opciones de vida toman fuerza, las vías revolucionarias no son entendidas, son sustituidas por soluciones inmediatistas reaccionarias, y el sueño queda relegado al olvido, o mejor, al fondo del alma popular, desde donde florecerá, años más tarde, en forma de líder, para transitar una nueva oportunidad. Es así que la Revolución de la Independencia, después de la derrota del Libertador, emerge robustecida, regresa con Zamora, con Fabricio, con Chávez.
¿Quiénes se dan cuenta primero? La pregunta debería ser ¿qué actitud toman los que perciben que la correlación de fuerzas va cambiando? En un extremo, encontramos a los oportunistas descarados, que saltan la talanquera o se agazapan, de estos no hablemos, los conocemos demasiado, el tufo de la traición se percibe con mucha antelación. En el otro extremo, se sitúan los revolucionarios, estos gritan los extravíos, pero no son comprendidos, su crítica es desdeñada por incomoda.
En el medio encontramos al grueso del pueblo que acompaña al proceso. Estos van deslizándose impensadamente a zonas de restauración, llevados por la ola de la realidad que cambia. El desagrado instintivo lo muestran con murmullos, con protestas espasmódicas, con silencio, y con desprecio.
¿Cómo se revierte el camino hacia el abismo? Hemos dicho que la Revolución es construcción de hijos del pasado, que portan en sus almas los valores de la restauración, y son esos valores los que abren la puerta de lo viejo. Páez, sucumbió en el charco de los valores mantuanos, no soportó, aquel guerrero, la lisonja oligarca, así lo confiesa explícitamente en sus días melancólicos de New York.
Es en la dirigencia, donde primero se deben sustituir los valores del pasado, su ejemplo guía. Recordemos al Che, austero, implacable contra el derroche, inflexible frente a los privilegios. Aprendamos de Fidel, siempre auténtico.
¡Sólo el Socialismo salva al pueblo!
¡Chávez, Fidel, el ALBA son Socialismo!
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