La especie pensante tiene tanto poder de crear y de destruir que es la única capaz de suicidarse, de acabar con la vida y destruir el planeta. Su inteligencia es tan elevada que creó la guerra, fabricó bombas capaces de destruir el planeta varias veces, aviones que vuelan sin tripulación, submarinos nucleares, y un largo y pasmoso etcétera. Pero la cumbre de la distorsión humana es la adoración a Mammon, al dinero, al capital, a la riqueza. Veamos.
Estamos acostumbrados a una relación de acumulación con los bienes materiales, quien más acumule es más poderoso, los bienes materiales los resumimos en dinero, quien tenga más dinero, quien más capacidad de adquirir y de poseer tenga, será más poderoso. Esa división entre los poseedores y los desposeídos nos parece natural. Pensamos que siempre ha sido así y seguirá siendo así “per saecula saeculorum”.
La acumulación es posible porque los medios de producción en algún momento se transformaron en propiedad nosocial, en medios de explotación, allí el hombre se apropia del trabajo de otros hombres. El que se robó la tierra, la fábrica, pudo poner condiciones a los desposeídos, la necesidad los obligó a trabajar para el dueño de los medios de producción.
Vivimos en un mundo en el cual es posible que unos hombres roben el trabajo de otros hombres, y el producto de ese robo masivo se transforme en mercancía, y ésta en el mercado se transforme en dinero, que es trabajo acumulado. Esta relación entre los hombres produce consecuencias.
Se crea así una espiritualidad que justifica, reproduce y perpetúa esa relación que hace posible el robo masivo del trabajo. La esencia de esa espiritualidad son el egoísmo y la competencia. Todos nos transformamos en mercancía, adoradores de Mammon, del capital, éste gobierna la vida, a la humanidad, todo gira alrededor del lucro, de la acumulación. Lo que beneficia al capital, a Mammon, es bueno, lo que lo perjudica es malo. El hombre cedió su lugar al dinero, ahora sólo es un esclavo de una religión perversa que algunos llaman capitalismo.
Esta idolatría perversa, el capitalismo, nos ha transformado en una nosociedad, en una suma de egoísmos, en islas egoístas, somos como títeres movidos por los hilos del consumo y la producción. El afán de lucro, transformado en locura colectiva, nos lleva a la infelicidad. Padecemos una enfermedad, el capitalismo, que nos altera las necesidades naturales y nos anula los límites de la saciedad. Así vivimos el desasosiego de la inconformidad, "siempre insatisfechos".
Es necesario derrotar al fetichismo, a la religión del capital, fundar la humanidad del amor, y urgente instaurar una nueva manera de relacionarnos, rescatar las relaciones amorosas. Esto sólo es posible en Socialismo, una sociedad donde el humano sea el centro, la naturaleza recupere su condición de santuario de la vida, y cada quien viva dando de acuerdo a su capacidad, y recibiendo de acuerdo a sus necesidades, donde nadie acumule y todos vivamos por el bien de todos.
¡Chávez es Socialismo!
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