Para la Revolución es imperativo reconquistar el corazón de los humildes, sólo así acumulará la pasión necesaria para enfrentar los obstáculos que el camino pacífico hacia el Socialismo supone: ganar elecciones, derrotar las amenazas de golpe y disipar la violencia desestabilizadora.
La Revolución es un acto de vehemencia: no se derriban mundos, ni se fundan universos desde la calma y con redes de seguridad, al contrario, la hermosa aventura de fundar requiere el espíritu del pionero, cortar amarras, navegar en mar proceloso sólo con la seguridad de las convicciones profundas. El revolucionario no pide ancla, sino viento fuerte que hinche las velas que lo impulsan.
Es así, la Revolución es el despertar de un huracán en el pecho de los humildes. Este país lo vivió el 23 de Enero, en aquellos días de Fabricio y de la Junta Patriótica, los humildes encendieron la llama vehemente. En Abril, esa misma llama apareció en las lágrimas y en el coraje de los humildes que en las calles hicieron posible el regreso del Comandante de las entrañas del infierno.
Este ciclón de sentimiento, este viento fuerte que impulsa los cambios revolucionarios, es el objetivo de la contrarrevolución: sus manipulaciones, sus aparatos de descomunicación, están al servicio de atenuar la vehemencia, transformarla en cordura, en sosiego, en conciliación, en temor a seguir.
La araña de la costumbre teje sus telas que atrapan el vuelo leve del cambio, la parsimonia y el frío cálculo apagan el riesgo, los fuegos internos son trocados por los llamados a la seguridad. Las armas melladas prometen gestión.
Así es que las Revoluciones pierden impulso y son atrapadas por la tradición.
Contra este mal, que llamaremos “la resignación revolucionaria”, sólo hay un antídoto: el frenesí, la pasión, la fe revolucionaria, sólo eso da al pueblo humilde la fuerza y la cohesión para seguir, para avivar el fuego.
Ahora enfrentamos una ofensiva oligarca, en el campo burgués se baten dos corrientes: la que propugna llegar al 2012 y allí derrotarnos electoralmente, y la otra, que con descaro propone tumbar al Gobierno Revolucionario ¡ya! antes de enero, para evitar que la actual Asamblea apruebe leyes revolucionarias. Las dos muy peligrosas, las dos se potencian en el odio a Chávez. Ahora que las enfrentamos debemos afinar nuestro sistema de defensa. Veamos.
Lo primero es reconquistar el corazón de los humildes, encender en sus corazones la llama que los hizo defender su Revolución y a su líder con la misma vehemencia con la que los llaneros pasaron Los Andes, con el mismo desprendimiento que los jóvenes traicionados el 23 de Enero se fueron tras Fabricio, Argimiro, Américo Silva, a salvar el sueño, a custodiar la utopía.
Convocarlos para lo grande, para la gloria, a ser dignos herederos del Libertador, desechar las mezquindades del logro pequeño, de la dádiva. Proponerles, como pregona Fidel, “razones sagradas por las cuales luchar”, devolverles la fuerza espiritual de los que se saben protagonistas de una epopeya definitiva, que decide el futuro de esta sociedad y de la humanidad toda.
¡Chávez es Garantía!
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