Hoy, 15 de febrero de 2009, vamos a un encuentro con la historia, los ojos, pero más los corazones del mundo, lo más noble de la humanidad, están pendientes de nosotros.
En las filas estará la Esperanza del planeta.
Cuando pulsemos la máquina, cuando crucemos el umbral de votación, estaremos construyendo un mundo nuevo y construyéndonos humanos, decididos a intentarlo.
En la mesa, como en la Última Cena, estará Él sentado allí, viéndonos no a los ojos, sino al alma.
Él es espejo, allí debe reflejarse lo más amoroso, desprendido, inteligente, humano, lo mejor de nosotros.
Él es hechura nuestra, nosotros somos Él, sus errores y sus aciertos, sus angustias, sus amores, sus miserias, somos nosotros.
En Él un pueblo se hizo hombre y un hombre se hizo pueblo.
Allí en la mesa, sentado, como en la Última Cena, estará Él esperando el beso de Judas, o el abrazo fraterno de los que decidieron ir a formar Patria.
Cuando pulsemos la máquina seremos o Judas ambiciosos de treinta monedas, o patriotas dispuestos a acompañarlo en la hermosa aventura de fundar amor, a defenderlo.
El Gólgota no se repetirá, San Pedro Alejandrino no se repetirá, no dejaremos que triunfe la calavera.
Mañana podremos decir a los nuestros que participamos en una nueva Batalla de Ayacucho y de Carabobo, que cabalgamos junto al Negro Primero y a Sucre, que vimos a Páez cruzar la sabana, que fuimos con el Che a Bolivia, dimos la mano a Fabricio y a Américo Silva.
Que fundamos patria y despreciamos a los matricidas.
Que la vida no se nos fue en la rutina de lo mediocre y de lo mezquino, que fuimos grandes, que dimos amor, que amamos.
O, quizá, de nosotros depende, podremos ocultar la mirada a los ojos de los humildes, porque no ayudamos al hombre de la Cruz.
Cuando pasó frente a nosotros nos reímos, volteamos la cara, preferimos la madriguera que la luz clara del cielo abierto.
Elegimos reptar, despreciamos volar.
Y la ocasión pasó, y los hermanos y nosotros padeceremos penurias materiales, viviremos despreciados por los crueles que favorecimos con el dedo.
Entonces, nos atormentarán llamas espirituales infinitas, seremos cómplices de la crucifixión de la Esperanza.
Viviremos con el desasosiego eterno de haber fallado.
O viviremos con la inmensa felicidad que sólo otorga el haber dicho presente, cuando la sociedad, la historia, el amor, la humanidad nos solicitó.
Él estará allí sentado, estamos seguro que no será la Última Cena, juntos iremos al encuentro de otros horizontes.
¡Hoy no podemos fallarnos, no podemos fallarle!
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