La civilización capitalista, la de la mercancía, es también la civilización del espectáculo, no podía ser de otra manera, la mercancía necesita de publicidad, de engaño, de ficción, de manipulación.
Una buena publicidad le puede conferir cualidades mágicas a un simple muñequito de plástico, y también puede hacer de un simple jarabe de agua y sal una poción capaz de elevarnos a hazañas deportivas, o convertir una sociedad en consumidora de menjurjes y artefactos que prometen de todo, desde parar la caída del pelo, hasta conseguir la figura de moda.
El espectáculo puede convertir a un mudo en un cantante exitoso, que rompe record en venta de discos. Los espectáculos masivos en teatros y coliseos se han convertido en los nuevos templos de la religión de la publicidad y la mercancía.
Ahora ya no hay deportistas, lo que hay son vallas publicitarias, los espacios en las franelas tienen más importancia que el desempeño de los atletas.
Vivimos la civilización de la publicidad, de la ficción, y la política no escapa de esta situación. Las campañas electorales en Estados Unidos son una obra maestra de marketing: se “vende” el candidato como la mercancía que es. La organización política y el trabajo político de convencimiento, fueron sustituidos por el espectáculo y las técnicas de manipulación mediática.
El ejemplo del norte es seguido en casi todo el planeta, ya existen trasnacionales que fabrican elecciones.
La Revolución debe romper con esta maldición del espectáculo. La tarea revolucionaria no puede confundirse con la campaña publicitaria que mercadea un producto. Debemos superar la cultura de esta civilización.
La Revolución es darle organicidad a la sociedad, restituirla, crear un tejido que reconstruya el organismo social perdido. Veamos.
Una de las tareas principales de la Revolución es construir un sistema de consulta de la voluntad popular distinto del asambleismo. Las asambleas pueden ser útiles para la televisión, pero no para la discusión que construye fraternidad y sociedad. Una asamblea de algunos pocos cientos es un buen espectáculo televisivo, que nos da la ilusión de consulta o de democracia. Una asamblea en un gran teatro es ficción de Pueblo.
En contraste, miles de pequeñas reuniones de concejos comunales, por ejemplo, o de mesas técnicas, o de comités de salud, no son buen espectáculo, son despreciadas por la cultura del marketing. Pero es esa forma de organización la que construye el tejido social capaz de llevar la opinión, desde los capilares más profundos de la sociedad hasta los organismos más elevados, desde la base hasta los organismos nacionales y regionales. Permiten la consulta permanente de toda la sociedad, las respuestas rápidas y oportunas.
Una sociedad así organizada puede empezar a caminar hacia la creación de una nueva cultura, a ser un solo cuerpo capaz de grandes obras y de grandes ejemplos para el mundo.
Esta Revolución debe usar más el silencio constructor de sociedad, que el espectáculo que mercadea la ficción.
¡Chávez es Socialismo!
¡Chávez no es Gorbachov!
¡Irreverencia en la discusión, Lealtad en la acción!
¡A la Reforma, SÍ!
¡Orden del Libertador para los Cinco Heroes Defensores de la Humanidad!
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