Hay días en los
que el sol no se oculta, son pocos, escasos, pero existen. Los más frecuentes
son los días que sólo son noche que se alarga hasta cubrir con sus tinieblas
siglos de la existencia de los pueblos. La astronomía no puede explicar estos
fenómenos, son más bien competencia del alma.
Es así, la luz
que irradia el sol tiene su ciclo que se cumple con rigurosidad física, no así
la luz que emana del fondo del alma, ésta depende de la unión de muchos en
procura de objetivos altruistas. Esta conjunción no es frecuente, el humano es
un ser extraño, quizá el único capaz de suicidarse en masa, de escoger a sus
verdugos y además construirles la guillotina. Este enigma ha preocupado a los
mejores talentos, no creemos que lo hayan descifrado.
El hecho es que
el humano es una especie en guerra permanente contra sí misma, se deduce que es
un especie dividida, no todos somos iguales, unos pocos tienen la posibilidad
de aprovecharse de la riqueza de muchos, de su trabajo, de su tiempo, es decir,
de su vida, de esclavizarlos de mil maneras. Esta ha sido la historia de la
humanidad, el origen de la guerra de todos contra todos.
Los apropiadores
pelean entre ellos, los despojados pelean entre ellos, los unos pelean con los
otros. Sólo se entiende esta guerra si la vemos como la disputa por el bien más
preciado que tiene la humanidad, su capacidad de transformar a la naturaleza:
el trabajo.
Con el paso del
tiempo las guerras, los artilugios militares, son asombrosos, parecen nacidos
de laboratorios demoníacos: la bomba atómica, los drones, sólo se pueden
comprender apelando a satanás.
Las formas de
manipulación no son menos. El arma audiovisual es una realidad paralela que los
apropiadores manejan a su antojo: la mentira se transformó en arte, el arte en
instrumento político. Ya no hay teatro sino show de televisión, no hay música
sólo existen peroratas.
La vida en
sociedad, la comunicación humana, la conversación viéndose a los ojos, fue
sepultada por unos aparatos que parecen tener vida propia, nos dominan con
timbres, nos comunicamos más con sus pantallitas que con nuestros
semejantes, el que no tenga celular no existe. Ya no hay amigos, sino
seguidores que se cuentan por miles y hasta millones. Hablamos, opinamos, de
forma anónima, tras la pantallita. Si nos hackean la cuenta
perdemos la personalidad, quedamos al margen del mundo. Las fotos frente al
espejo sustituyen a la visión de lo real.
Este mundo de
mentiras consigue que los desposeídos apoyen a sus verdugos, que los días sólo
sean noches.
Pero hay
situaciones, hombres predestinados, Chávez es uno de ellos, que rompen la
dominación, gritan que todos podemos vivir sin apropiadores ni despojados.
Cuando las mayorías acompañan a estos hombres de excepción el sol no se oculta
y las sociedades brillan con la luz del amor.
¡Con
Chávez Siempre!
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