La Revolución tiene en su base más íntima a la emoción. No es pensable una Revolución fría, sesuda, que controle todos los números, que se decida en las curvas de crecimiento, que no emocione, esa sería una pretensión de salón, de academia.
La Revolución es un acto sentimental de un pueblo que establece una sólida conexión amorosa con su dirigente, sin esta condición no hay Revolución.
Sería un error de gran monta descuidar el sentimiento. Hoy, que disputamos una Enmienda inédita, cuando decidimos la suerte del Comandante, no podemos cometer el error de reducir la campaña a los fríos números de nuestros logros. Nadie cambia de parecer porque vío un gráfico donde en lugar de un millón, ahora hay tres millones quinientos doce mil beneficiados.
Tampoco podemos reducir la campaña al frío debate jurídico. Eso sería un error, debemos basar la campaña por la Enmienda en el sentimiento, en la conexión amorosa entre el pueblo y su líder, es allí donde está la fuerza de la Revolución, y es eso lo que en definitiva está en disputa.
Nosotros debemos situar la batalla en su justo escenario. Lo primero que hay que hacer, sin complejos, es resaltar las virtudes del líder, más que del líder, las virtudes de la conexión amorosa.
La conexión amorosa es condición previa para cualquier Revolución, no es posible emprender el camino de redención sin ella.
Y la primera condición para que se establezca es la confianza. El pueblo debe tener confianza en el líder. La segunda condición es la consecuencia del líder, y no se puede ser consecuente sin ser guiado por “profundos sentimientos de amor”, y por una teoría que apuntale este sentimiento.
Al cumplir estas condiciones, la Revolución ha dado un gran paso, se ha consolidado el núcleo. Aquí comienza el camino, lleno de peligros, de errores, aprendizajes, de ensayos, pero siempre avanzando guiados por el sentimiento amoroso, por la confianza mutua pueblo-líder.
Así todos los obstáculos se pueden superar, y sólo así, con la fuerza descomunal de esa conexión, se puede pensar en fundar nuevos mundos.
El oligarca así lo entiende y enfila sus armas contra esa conexión, tratan de desprestigiar al Comandante, de romper la conexión, de sembrar desconfianza. Se disfrazan de amigos del pueblo, ellos que desprecian a los humildes y los miran con vértigo desde sus atalayas. Se disfrazan de bolivarianos, ellos que son herederos de sus asesinos. De todo intentan para romper la conexión, el nexo.
Si lo logran dejarán al pueblo inerte, desarmado en manos de la manipulación de sus verdugos.
Llegó la hora de la lealtad, la orden del día para el pueblo de Bolívar es: “no dejar solo al Comandante, el pueblo debe ser leal consigo mismo, proteger a la conexión amorosa, al líder, no entregar al Comandante.
A la Enmienda vamos con la misma pasión con la que el pueblo acompañó al Libertador en Carabobo, en El Paso de Los Andes.
¡Con la Enmienda todo, contra la Enmienda nada!
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