11.4.10

LA REVOLUCIÓN SIEMPRE ES MENINA

Uno de los principales peligros de la Revolución y de los revolucionarios es envejecer. Las costumbres, las rutinas que acompañan a la vejez, son cicuta para los procesos de cambio. Y no hablamos de lo físico, de lo biológico, se trata del espíritu. Veamos.
El espíritu revolucionario, las revoluciones, padecen enfermedades que les son propias: el aposentamiento, la pérdida de la capacidad de asombro, el conformismo, la costumbre, el miedo al cambio, la flacidez, el burocratismo.
Cuando una Revolución envejece, inevitablemente se muere, por eso debe estar en constante viaje a la fuente de la juventud. Y esa fuente no es otra que el atreverse a convocar al pueblo para la irreverencia, el salto sin red, la hazaña histórica.
La Revolución, su juventud eterna, no se alimenta del frío cálculo egoísta, se nutre de la misma audacia que tiene una flor que se abre en invierno, o el ave que anida en un desfiladero, o del poeta que escribe su primer poema sobre el muslo de su amada.
Son esos momentos de éxtasis revolucionario los que confieren juventud a las revoluciones. El 11 de abril fue uno de ellos. El pueblo humilde, el preterido, se elevó sobre sus miserias, bajó al fondo de su alma y allí encontró el mismo espíritu que alimentó a Bolívar, cuando en la soledad de la noche guayanesa planificó la hazaña del Paso de Los Andes, y sumergió en ese vértigo que terminaría en Boyacá, en Junín, a aquella tropa tocada por los dioses.
Esos días de abril abrimos la puertas de la historia, y gritamos que estamos preparados, que tenemos textura para la hazaña de construir el Socialismo, que con nosotros pueden contar los humanos del futuro, que el planeta tiene esperanzas, que nos negamos a ser una especie suicida.
Esos días volvió a las calles de Venezuela el Batallón Bravos de Apure, el Negro Primero se multiplicó por miles, Páez, el de las Queseras y Carabobo, abandonó a la oligarquía y se fundió con su pueblo en la lucha por la esperanza y la dignidad. El Libertador surgió de San Pedro Alejandrino para dirigir de nuevo a sus tropas hacia la victoria, para terminar la obra inconclusa.
Hoy, cuando celebramos aniversario de aquella aurora, recordamos la gesta más importante de este pueblo en un siglo, es momento propicio para cuidar con cariño el espíritu juvenil de la Revolución. Para luchar con denuedo contra los síntomas de vejez que aparecen en el alma del empeño.
No podemos conformarnos con lo mínimo, no es suficiente. No podemos dejar de intentar ir a las estrellas. No podemos tener miedo de convocar al pueblo para la hermosa aventura de fundar mundos, de ir hasta el fondo de nosotros mismos y buscar al humano que enterró allí la rutina, el pasmo de la corcova.
La Revolución tiene sentido, vale la pena, sólo si devuelve al humano, antes que lo material, la alegría, la gloria, el orgullo inmenso de sentirse miembro, militante de una causa noble, justa, sagrada, la causa de ser humano, de preservar a la humanidad.
¡Chávez es Abril!

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