2.1.07

LA ÚLTIMA BARRERA… EL ALMA

ES EN EL ALMA, O EN LA CONCIENCIA, O EN LOS VALORES, que vienen a ser diferentes niveles de la misma esencia, es allí, repetimos, donde en definitiva se decide la suerte de las revoluciones.
En las primeras etapas de una Revolución, la del enfrentamiento físico, cruento, efervescente, todos los revolucionarios somos iguales: la fraternidad es la reina, la solidaridad su expresión, el amor surge volcánico, el triunfo de uno es el triunfo de todos, los combates los ganamos todos o los perdemos todos, la miseria se confunde con las posibilidades. Son los días de la pasión.
Luego, en la etapa fundacional, cuando las decisiones deciden el rumbo de la Revolución, la restauración ataca desde lo profundo del alma de cada revolucionario. Aconseja acomodo, su arma son los valores de lo viejo, que se disfrazan de retórica del futuro, y como una especie de humo sutil, pero poderoso, silencioso, insidioso, lento pero efectivo, poco a poco va tomando cuenta de la conducta de los revolucionarios, poco a poco va sustituyendo las normas éticas, poco a poco se afirman los valores que hicieron posible lo viejo.
Es en este punto, cuando a la Revolución le llega la hora de la vital lucha. Es preciso que los revolucionarios se arranquen del pecho los valores de lo viejo, que lo infectan todo como un virus. El proceso es doloroso, es algo así como amputar una parte de nosotros mismos.
El precio de no hacerlo, es la restauración. Una Revolución no es posible sino se funda sobre nuevos valores éticos, y nuevas conductas guiadas por esos nuevos valores. Es en este punto cuando la batalla de ideas adquiere importancia vital, es aquí cuando es necesario afincar la lucha ética, llevarla con exageración a todos los detalles, a todos los instantes de la vida revolucionaria. En esta etapa no hay pequeñeces, la Revolución se decide en un dejar pasar, en una lechuga, o en una bicicleta, como lo entendió el Che.
Las decisiones son los campos de batalla de la ética. Cuando tomamos una decisión, lo que hacemos es expresar nuestros valores éticos. Cuando un funcionario se decide por un tipo de carro y no por otro, allí se entabló una batalla ética entre lo nuevo y lo viejo. Cuando decidimos contratar a uno y no a otro, la batalla se da en lo profundo de nuestra alma, y las armas son los valores.
Los revolucionarios debemos estar atentos a esta batalla: si empezamos a percibir malos olores que antes no sentíamos, si alguna arruga en el traje nos perturba, si el héroe de ayer, hoy nos parece un malandro, si se asoman necesidades que no nos pertenecían, entonces, es hora de revisarnos a fondo, sacar del arsenal revolucionario nuestras mejores fuerzas morales, nuestra mejor condición autocrítica, y hacerlas entrar en combate.
No olvidemos que la suerte de la Revolución depende de la moral de sus líderes.

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