Si despojamos a la lucha social de sus razones
políticas, de sus intereses materiales, de las leyes económicas, nos
encontraremos con la esencia de la condición humana: el amor y el odio, con
Tánatos y Eros. Ellos, esos dioses, dictarán los rumbos, lo demás es su
expresión. Lo que Freud develó, la psicología profunda del humano, supera al
individuo y se hace social. Acerquémonos a estos abismos sólo con la intención
de una visión preliminar, dejando el estudio más sesudo del tema a los
especialistas.
Hoy Venezuela es un laboratorio para el estudio del
alma social, la crisis despoja de carmines al enfrentamiento básico de la
especie humana, el alma social se transparenta, pierde sus ropajes. Veamos.
Ha regresado el odio con fuerza hasta ahora
disimulada, con la enfermedad de Chávez se soltaron los demonios. Basta
explorar un poco en internet, leer las páginas de opinión, las declaraciones de
los voceros oligarcas, para percibir el lado oscuro del alma humana, sus más
bajas pasiones, sus pulsiones más perversas, para percatarse de la bilis que
destila el campo mantuano. Lo que allí se ve es, sin duda, material
psiquiátrico, las caras de estos opositores sentados en la Asamblea Nacional
serviría para ilustrar libros sobre patologías.
Los artistas al servicio de la oligarquía, y con la
sumisión debida a sus mecenas, en sus obras, su arte, expresan de manera
exquisita el odio que en la masa es burda manifestación. Escriben, dibujan,
cantan alrededor de la hoguera donde esperan sacrificar al amor que ya están
impedidos de sentir, Tánatos les ahuyentó a las musas, su arte ahora sólo es
panfleto efímero. Esperan oír aplausos y lo que sienten son los gemidos de una
especie que agoniza mientras ellos presentan su lúgubre espectáculo.
Pero, ¿por qué el odio a Chávez y a los chavistas? La
explicación está en la disputa entre el odio y el amor. Un buen artista, de
aquellos cuya musa no fue aplastada por el odio, podría escribir una obra de
teatro. En ella Chávez sería un padre que propone a los mantuanos que dejen de
explotar a los humildes, que es posible que todos vivamos como hermanos,
iguales en el deseo del bien común. La pretensión de hermanar a los monárquicos
con la plebe despierta odios edípicos.
La noticia se difunde en el reino y los monárquicos
dejan caer sus caretas y aparecen sus verdaderos rostros, ahora no se ven
risueños, satisfechas, aparecen con una cara especial, única: la cara del odio,
de la falta de amor espiritual y carnal. Pero ¿cómo hacer para apagar la
rebelión, cómo salir del padre que osó predicar el amor, dejar de ser lobos,
que quiso cambiar al mundo y está protegido por los redimidos?
El gigante que vive en el norte les ordena dos
desagravios: una ponzoña que hará su efecto con lentitud poderosa, y la
estimulación del odio que ya emergió del inconsciente. Todo lo que huela al
padre debe ser destruido. Sólo así aplastarán el ejemplo.
El final está por escribirse.
¡Juntos somos
Chávez!
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