Un sistema social es una relación determinada,
espiritual y económica, entre los hombres.
El sistema
feudal, por ejemplo, es constituido por la relación de propiedad y la
espiritualidad con ella enlazada, propia del feudalismo. Los hombres son
feudales porque viven en esta relación. Sustituir a un sistema no es
sustituir a los hombres que lo forman, es sustituir las relaciones materiales y
espirituales que lo determinan. Un nuevo sistema social es una nueva
espiritualidad que se entrelaza con la nueva relación económica.
Desconocer lo
anterior ha llevado al fracaso a muchos esfuerzos revolucionarios. El 23 de
Enero fue derrotado, no se pudo avanzar, por desconocimiento, por confundir al
sistema con los hombres que lo componen. Fabricio se dio cuenta de esto y lo
escribe en su carta de despedida al Congreso: "El 23 de enero, lo
confieso a manera de autocrítica creadora, nada ocurrió en Venezuela, a no ser
el simple cambio de unos hombres por otros al frente de los destinos
públicos".
Después de medio
siglo nos encontramos en una encrucijada similar, es posible avanzar hacia el
Socialismo, pero de manera obstinada se repite la confusión entre nosotros: cándidamente
pensamos que desplazar a algunos conspicuos oligarcas es acabar con el sistema
capitalista. Creemos que es Socialismo expropiar algunas tierras, unas
pocas fábricas, hacer correr a zuloaga, a mezerhane o pelear con mariacorina, y
simultáneamente alimentar a otros oligarcas, crear nuevos capitalistas,
proteger su propiedad de los medios de producción y dejar intactas las
condiciones, las relaciones materiales y espirituales del sistema oligarca.
La historia y la
mínima sensatez nos indican que esa confusión es camino al fracaso, así
ahogamos a la posibilidad socialista, nos deslizamos a la contrarrevolución y
terminaremos en el fango de los socialdemócratas, que aún se venden como
anticapitalistas y antiimperialistas.
La medida del
avance revolucionario es la sustitución de las relaciones sociales, las
materiales y sobre todo las espirituales. Este cambio incorpora a la conducción
de la sociedad a lo mejor de las clases, a lo más sano, de las dominadas y de
la dominante.
Recordemos que la
batalla principal es en el alma del pueblo, en la cultura, es allí donde se
ancla el viejo sistema y se resiste a morir. Todo el esfuerzo de la
Revolución debe ser dirigido a cambiar la última barrera de protección del
viejo sistema: la cultura, los valores que sustentan el viejo sistema son
muralla donde se estrellan los intentos revolucionarios, en esa hoguera se
incineran dirigentes y pueblos.
Los dirigentes
deben tener el coraje intelectual y material de renacer, de despojarse de lo
viejo y asumir lo nuevo imaginado, ser hombres del futuro. Su vida toda debe
ser asombro, resplandor del nuevo mundo, sorprender, mostrar la nueva manera de
vivir, proyectarla al pueblo, cambiarlo todo, desde la manera de vestir hasta
la manera de comer. Es el ejemplo el mayor instrumento educativo.
¡Irreverencia Chavista!
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