Las elecciones oligarcas son el moderno opio de los pueblos. Si Emparan hubiese planteado unas elecciones, el imperio español aún campearía por estas tierras.
Es difícil una Revolución en un país embobado por las elecciones oligarcas, pero es posible: Chávez es una prueba del rompimiento del espejismo. Lo que sí es imposible, es una revolución sin sustituir el sistema electoral oligarca. Esta Revolución nuestra debe parir otro sistema de elección.
Si observamos lo que se comenta en la esfera política, leemos los periódicos y vemos la televisión, nos daremos cuenta que dos discursos principales cruzan el ambiente.
Uno, el electoral. Se habla de mesas, de primarias. Algunos se retiran, otros denuncian zancadillas, ventajismo, se hace propaganda. Este discurso adormece, narcotiza, crea un ambiente desmovilizador, da la sensación de que es suficiente esperar septiembre para votar, y ese día se saldarán las cuentas entre los bandos sociales en pugna… Todos nos quedaremos tranquilos, cada uno para su casa a esperar las próximas elecciones. Ese opio nos envuelve a todos.
Otro, es el discurso de impulso al proyecto estratégico capitalista. Éste lo maneja con habilidad la oligarquía. Sus agentes ideológicos, como la iglesia, atacan el fondo del proyecto socialista, dirigen sus proyectiles contra los fundamentos ideológicos de la Revolución.
Los obispos no cesan en sus ataques, meten miedo, desempolvan viejos prejuicios: aún hablan contra la Unión Soviética, aún persiguen al viejo Marx (para su honra), y brincan cuando les nombran al Che, que fue sin duda un Santo, pero de esos de verdad: humilde, de los que dan la vida por sus creencias y su creencia es el bien de los desposeídos. Su sólo nombre los horripila, su ejemplo los atemoriza.
El discurso de la oligarquía a primera vista parece inocuo, pero es sumamente dañino, es uno de los pilares en la derrota de la Reforma.
Este discurso ideológico, que mina las bases de la Revolución de mil maneras, los oligarcas no lo abandonan. Nosotros si: con demasiada frecuencia nos conformamos con repetir clichés, frases hechas, abandonamos la reflexión.
Los oligarcas no pierden ocasión para desvirtuar la idea revolucionaria: trivializan las ideas nuestras, así hicieron con el discurso de Evo, así hacen todos los días con el discurso de Chávez. Difunden lo superficial, la anécdota, pero el fondo lo deforman o lo ocultan.
Una revolución es un cambio en la manera de percibir al mundo, es un cambio profundo en la ideología, en el alma, en las relaciones entre los humanos. Ese cambio no se consigue sin una profunda reflexión social, sin una sociedad que piense, analice, esté informada, que deseche las frases huecas, sin sentido, la mera consigna electoral.
La Revolución debe estar alerta frente al opio moderno de los pueblos, debe ir a las elecciones oligarcas, ya llegará el momento de cambiarlas, pero no debe abandonar la formación, el discurso, el combate ideológico. La Revolución debe dejar claras siempre las diferencias con el discurso oligarca, dejar claro que nosotros proponemos un nuevo mundo, el único que es posible.
¡Chávez es Socialismo!
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