La historia venezolana, desde los días del nacimiento de la nacionalidad, presenta un fenómeno que se repite con regularidad: victorias populares que son cosechas oligarcas. Veamos.
La Independencia, sin duda fue una victoria popular, el imperio español fue derrotado en Carabobo, Junín, Ayacucho, pero al final de la contienda una nueva oligarquía se encargó de que todo siguiera igual: el pobre, pobre, y el explotador continuó con sus privilegios.
Zamora pudo levantar un gran ejército, ganar batallas, hasta consiguió innovar la ciencia militar, pero todo siguió igual.
En 1958 el pueblo dio una de sus mejores batallas, derrocó al dictador Pérez Jiménez, pero al final en Miraflores se sentó la oligarquía. Fabricio, el Presidente de la Junta Patriótica que derrotó al dictador, terminó asesinado en los calabozos de la misma oligarquía que desde la independencia no abandonaba el poder... Todo había quedado igual, el pueblo victorioso y la cosecha la recogía la oligarquía.
El fenómeno merece estudio ¿Por qué el pueblo triunfa y quien cosecha es la oligarquía?
La respuesta está en la ideología. Las oligarquías tienen una válvula de seguridad ideológica, siempre que están en peligro, cuando hay conmoción revolucionaria, esta válvula se activa y distrae las posibilidades. El nombre de este mecanismo de seguridad es reformismo.
El reformismo actúa esencialmente morigerando los cambios. Dicen, “es necesario cambiar pero poco a poco”, “el extremismo es malo”, “la transición debe ser lenta, con calma”, “puede durar siglos”. De esa manera consigue dejar intacta la cultura, la lógica, las bases económicas de lo que se quiere superar. Así el espíritu oligarca tiene terreno fértil para retoñar, se cuela entre las grietas que abre el reformismo, se beneficia del tiempo que le proporciona la lentitud en los cambios y el titubeo en la instauración de una cultura que bloquee la restauración, y cuando los revolucionarios se percatan, ya todo está consumado…
El mismo fenómeno se ha presentado en las Revoluciones mundiales, grandes movimientos de cambios fueron atrapados por el reformismo que proponía usar las armas melladas del pasado para construir el futuro. Así cayeron las revoluciones Soviética y China.
El 23 de Enero del 58 nos recuerda que es el reformismo el principal enemigo de las Revoluciones triunfantes: narcotiza a los pueblos, desmonta la efervescencia popular, apaga el fuego insurgente.
Podemos preguntarnos ¿dónde estaba el pueblo de la Independencia, el que luchó en Carabobo, en Ayacucho cuando expulsaron y condenaron a muerte al Libertador? ¿Dónde estaba cuando asesinaron a Fabricio? ¿Dónde, cuando los dirigentes revolucionarios se fueron a las montañas a defender el decoro de todo un país?
La respuesta es una: el reformismo había ya conseguido atrapar el espíritu popular, el peligro para la oligarquía había pasado. Una vez más los Revolucionarios habían arado en el mar.
Este intento revolucionario que hoy vivimos debe ser preservado, no hay espacio ni tiempo para nuevas derrotas. Debemos aprender del pasado, la historia es fiel consejera.
¡Con Chávez concretaremos el sueño de los Libertadores!
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