La historia cuenta de pueblos que han asesinado a sus redentores o no los han apoyado, los dejaron en las garras de los verdugos. Los casos son tan excesivos como incomprensibles.
Recordemos a Cristo, que perdió unas “primarias” frente a Barrabás. O a Bolívar saliendo a los gritos de ¡longaniza! de Bogotá, camino a su muerte. Recordemos a Marx, el teórico del Socialismo, que murió en la miseria, en medio de la humanidad a la que señaló el camino. Al Che, asesinado entre la indolencia de los pobres a los que unió su suerte.
Asimismo se han perdido esfuerzos colectivos de redención: recordemos a Miranda cuando invadió la patria y encontró pueblos vacíos de personas y de amor.
Difícil comprender estos comportamientos sin entender los fuertes mecanismos de manipulación de la clase dominante: son capaces de hacer de los pueblos, como decía el Libertador, “instrumentos ciegos de su propia destrucción”.
En septiembre vamos a una elección en la que se decide la suerte de este pueblo, de la Revolución Bolivariana y del Comandante Chávez.
Esta sociedad vive la hora en que los pueblos deciden entre la esclavitud milenaria, o erguirse para concretar los sueños. Deciden si guillotinan sus esperanzas, o pelean con fuerza por hacerlas realidad. Si será verdugo de sí mismo, o viento que rompa las cadenas que lo convierten en vileza.
En septiembre demostraremos como pueblo de qué estamos hecho: si del barro de lo intrascendente, o de la sangre de los Libertadores.
En Septiembre aflorará el sentimiento, se pondrá a prueba el amor y la gratitud. Se evidenciará si entendimos el mensaje central de la Revolución, o sólo fue una brisa fresca que nos alegró una tarde.
La Revolución es ante todo un profundo acto de amor. Es aprender a amarnos a nosotros mismos, a nuestros semejantes, a la naturaleza.
Esta Revolución, si alguna característica tiene es la de haber sido siempre “guiada por profundos sentimientos de amor”. Impregna hasta sus errores, y tiene que ser así. Una Revolución si se equivoca debe ser para el lado del amor, de esa manera la posibilidad revolucionaria se mantiene, al contrario, el camino del odio la condena.
Esta Revolución está bañada de amor, la principal muestra la ofrece cuando funda las Misiones Sociales.
No hablemos de números que sabemos extraordinarios, fijémonos en la intención amorosa: pensemos en la voluntad redentora de enseñar a leer, de sacar al pueblo de la prehistoria, sintamos la intención de llevar salud y sobre todo amor a lugares donde nunca pisó el oligarca.
Imaginemos que las Misiones mueran… De qué tamaño será el vacío en el alma del pueblo que participó en el asesinato del amor. Cómo nos explicamos a nosotros mismos que pusimos en manos de la oligarquía el patíbulo donde las sacrificaron. Sería catastrófico, sería el preámbulo de una infinita noche de aterradora miseria espiritual y material.
En septiembre el amor no morirá. San Pedro Alejandrino no se repetirá.
¡Chávez es Socialismo!
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