El revolucionario, tal como el poeta, debe tener la
sensibilidad para oír crecer la hierba. Debe cuidar esta facultad con el
apremio del que cuida la vida. Esto es verdad para cualquier revolucionario,
pero más lo es cuando se ocupan posiciones de poder. Una Revolución en el poder
está asediada por diez mil serpientes que se ocultan en la inadvertencia, en la
incredulidad, en la acechanza de las fieras heridas. La confianza en lo
imaginado, confundir lo deseado con la realidad, es el principal peligro de los
intentos revolucionarios.
A nosotros llega
una entrevista de Carlos Altamirano, Secretario General del Partido Socialista
de Chile, partido principal de la Unidad Popular que llevó al poder a Salvador
Allende. Altamirano, protagonista de la política de Chile en ese período del
que tanto tenemos que aprender, con su testimonio evidencia la incomprensible y
sorprendente conducta de los revolucionarios en un gobierno que enfrenta a la
fiera fascista. Oigamos a Carlos Altamirano:
"Hay que
decirlo: fue un golpe letal, porque no sólo fue un simple golpe militar, sino
además un golpe sicológico, sociológico y afectivo, que no sólo golpeó a los
alrededores del Estado, sino también fuera y dentro de nosotros mismos. Nos
cambió no sólo la vida política, sino la vida cotidiana, la vida privada, la
identidad de uno mismo. Nadie estaba preparado para un golpe de Estado que
tuviera ese tipo de impactos, que trastornara hasta la psiquis, hasta los
pensamientos más íntimos. Y eso fue, como habría dicho García Márquez, la <crónica
de un golpe anunciado>.
(...) Era claro
que la derecha no iba a aceptar por ningún motivo que le expropiaran sus
fundos, sus bancos, sus riquezas, para <distribuir mejor el ingreso
nacional>… ¡Jamás! Pero no todos temían lo que yo estaba temiendo. Entre
nosotros había varios dirigentes y camaradas que se negaban a dar por cierta
esa posibilidad, entre ellos, mi amigo y jefe, Salvador Allende.
(…) Cuando
estalló el golpe (…) De inmediato tomé el teléfono y llamé a Salvador, que
estaba en Tomás Moro, para confirmar la información. Salvador me contestó algo
secamente, denotando tensión: <Si, si, viene el golpe…> <Salvador, ¿y
qué vamos a hacer?…>. <Bueno, tu dirección partidaria sabrá qué hacer>
me contestó, abruptamente…
(…) El hecho es
que no existía ningún plan cívico-militar para orientar a La Moneda en caso de
que se produjera el temido golpe. No había, en ese sentido un acuerdo previo
entre el Presidente de la República y los partidos políticos que lo apoyaban. Y
no habiendo un acuerdo a ese nivel, menos había un plan de acción entre los
partidos y las bases sociales.”
Sobran las
palabras, la hierba fascista creció y no supieron sentirla, oírla… La Chile de
Allende es una gran lección para la Revolución Bolivariana.
¡Con Chávez siempre!
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