Los pueblos, tal como los individuos, sufren dolencias, se enferman. Nos referimos a las enfermedades de la conducta, del espíritu. No es difícil aceptar que los pueblos que practicaron el esclavismo padecían patologías espirituales, o que las guerras mundiales tuvieron en su base desarreglos en las almas de aquellos pueblos dirigidos por el odio.
Tampoco es difícil aceptar que el capitalismo funciona como un virus que priva a los pueblos de salud, distorsiona sus relaciones, los despoja del alimento material y espiritual. Los pueblos de los países del poder capitalista son transformados en máquinas de consumo, capaces de matar y de venderse por conseguir la última proposición del mercado. Su mundo es el consumo, sus ideas las dictan los medios de inducción al consumo y a la obediencia, que algunos desprevenidos llaman medios de comunicación.
Ahora bien, ¿cuál es la enfermedad que padecemos, cómo se manifiesta la peste capitalista en este país? La respuesta es vital: de ella depende la posibilidad de liberarnos.
Si un nombre hay que poner a la enfermedad que padecemos, éste sin duda sería "Rentismo". Veamos.
El Rentismo es una enfermedad de la sociedad caracterizada por la disociación entre la riqueza y el trabajo que la produce. La sociedad es extrañada de su realidad, la riqueza aparece como un acto mágico y, de la misma manera, desaparece. Los ciclos de bonanza y carencia son imputados a supersticiones. La suerte sustituye al esfuerzo, la riqueza no es construida, simplemente llega.
La pugna no es por apropiarse del trabajo ajeno, como sería en un país simplemente capitalista, sino que es por acercarse al manantial que produce la renta.
En los momentos de bonanza, de la mesa del festín caen más dádivas, el pueblo despilfarra, los gobernantes aúpan el manirrotismo, la inconsciencia nos equipara al episodio bíblico del becerro de oro…
Con el rentismo la política se reduce esencialmente a la habilidad del reparto, de abrir o cerrar el grifo de la renta.
La Revolución Bolivariana ocurre en este país azotado por la enfermedad del rentismo, hace más de un siglo que la padecemos, nos ha tallado a su imagen y semejanza. Vivimos el círculo vicioso de un pueblo inmediatista, acostumbrado al relumbrón del oropel, manipulado por años, consumista, un pueblo que vota de acuerdo a lo que fluye por el grifo, que no sabe qué hay detrás de ese chorro, y unos gobernantes que cabalgan en la posibilidad, que no controlan, de abrir o cerrar el flujo. Somos un país hipnotizado por el petróleo y llevado por el viento de la economía mundial.
El reto de la Revolución es romper con ese círculo vicioso, superar la cultura rentista de la riqueza espontánea. No es tarea fácil, requiere dos factores. Uno, mucha fe en el pueblo, saber que en el fondo está el pueblo del Libertador. Y segundo, mucha valentía de los gobernantes para apartarse de la comodidad de la política del grifo, y tener la valentía de convocarnos para el sacrificio que funda lo grande, lo hermoso.
¡Con Chávez!
1 comentario:
Excelente artículo.
Me llegó íntimo.
El mensaje es básico, vital y urgente, pero tristemente futurista.
La revolución se me antoja como algo íntimo, básico, vital y urgente y mucho como poesía, persiguiendo la belleza.
Gracias
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