Una traicionera ola lo lanzó al mar, era el piloto de la nave y ahora estaba allí, en medio de la noche, náufrago, solo. Con terror vio como se alejaba la esperanza, ya no oía el rugir de los motores, se supo perdido en medio del Golfo, era inútil nadar, no tenía destino, se abandonó al vaivén del mar.
Fue una decisión difícil. El viaje tenía un horario rígido, llegar puntual era indispensable para el éxito, el mar picado hacía la travesía lenta, el tiempo apremiaba, regresar por recuperar a un hombre era arriesgarlo todo, encontrarlo era un azar.
El jefe de la expedición, un hombre excepcional, de esos que se crecen en las pequeñas cosas, allí donde se prueba el alma del titán, no vaciló, ordenó que la nave virara, a buscar a Roberto Roque.
Roberto, ya resignado, oyó de nuevo los motores, pensó que alucinaba, sabía que el terror, la oscuridad, el frío, la situación de desamparo del náufrago, es capaz de crear ficciones…
Los gritos de ¡Roberto! ¡Rober! le dieron certeza que aquellos locos, contra toda la lógica, regresaron a buscarlo… Después, un café caliente, una frazada maternal, los abrazos de los compañeros, las palabras reconfortantes de Fidel, el jefe de la expedición del Granma, y se confundieron las lágrimas con el agua del mar que minutos antes amenazaba con ser su sepultura. Es en esos instantes cuando la historia absuelve a los revolucionarios.
El episodio es símbolo de la conducta de los jefes revolucionarios, del desarrollo de una Revolución, ilustra el fundamento de la nueva ética que debe surgir: ¡El humano como centro!
La Revolución no puede abandonar a sus hijos, los revolucionarios. Los que arriesgan todo deben tener fe en que sus jefes nunca los abandonarán. Si esa fe se agrieta, la Revolución es seriamente lesionada, se pierde. Si la fe es reforzada, entonces es capaz de soportarlo todo, será invencible, no habrá fuerza que la haga torcer su rumbo y enturbie su imagen en el alma social.
Esta Revolución nuestra, su líder, gozan de esta fe. Desde el día del "Por Ahora" los humildes sintieron que Chávez es de los que se devuelven para salvar al humano, que sobre todos los errores y extravíos, nunca serán ni seremos abandonados, que la suerte del que naufraga por la causa revolucionaria, será la suerte de todos, ese es el principio y el fin del Socialismo.
Este sentimiento se refuerza en abril, la unión del líder con los que tienen fe se hizo estrecha, infinita. Y en diciembre se reforzó en la lucha común.
Debemos sentirnos orgullosos de tener un líder revolucionario que se entrega a la causa de todos, sin cálculos mezquinos, sin otra consideración ni interés que el bien común, aun poniendo en peligro su salud, ofrendando su vida. Con jefes así vale la pena navegar en las peligrosas aguas de la Revolución.
¡Con Chávez vale la pena!
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