A un socialista en esta etapa lo habita una contradicción: saberse fragmento del pasado que debe ser superado y ser simultáneamente ciudadano del futuro.
Cuando el socialista contempla a una niña que se maravilla frente al descubrimiento de la vida, cuando se emociona con la sorpresa de esa niña que ve por primera vez a una gallina, a un camello, a una flor, o siente la lluvia y la identifica con la alegría, o relaciona la palabra luna con lo extraño que descubre en el cielo, en esa admiración el corazón socialista se conmueve.
…Y en esos momentos de supremo humanismo el socialista recuerda que, de seguir la marcha demencial del capitalismo, esa niña no podrá sentir la emoción de ver a sus hijos, erguirse humanos en el asombro de la relación de la vida con la vida…quizás ya no habrá más niños, no habrá vida que observar ni vida que la observe.
Y así se sumerge en la contradicción de luchar por el futuro o acomodarse al pasado. Romper la costumbre o continuar como un barquito de papel que mece el viento de los mediocres. Postergar el sueño a épocas improbables.
Presiente que para él, desde que despertó, desde que vio claro el futuro, ya no habrá más sosiego que luchar. Se sabe en minoría, el salto sobre el abismo aterra, la luz del sol del futuro desvía las miradas, la costumbre conduce a los zombis al patíbulo. Pero el socialista sabe que la solución a la contradicción es luchar, la quietud ya no es posible, la responsabilidad sagrada de salvar a la especie le quema por dentro, el fuego que clama por cambio tomó cuenta de su vida.
Su principal obstáculo es la costumbre, aparece desapercibida, no se siente, pero mantiene en el redil al rebaño, sus bardas son sutiles.
El rebaño va llevado por lo que siempre ha sido. A veces obtiene “triunfos” y sale arrogante a pregonar el éxito, que siempre es dentro de lo permitido por la costumbre, nunca a contramano, nunca sin que el semáforo esté en verde, no trasgrede la línea amarilla.
Gasta el tiempo como los cachorros de tigres, que luchan entre ellos en juegos de cacerías vacíos. Sólo boxea con sombras, le aúlla a la luna, y amanece creyendo que ella se ocultó porque le temía. Así son los del rebaño, inofensivos, peligrosos para nadie que no sea el vecino, a quien pone zancadillas y mezquindades sin saber que la suerte de él es la suerte de todos.
El socialista en esta etapa debe fracturar la costumbre, atreverse a decir lo contrario de lo que todos piensan, asombrarse asombrando, osar, ir a donde nadie ha ido, pintar una pared y gritar ¡Despierten! Tener fe.
Pero sobre todo el Revolucionario debe acompañar a Chávez en la esperanza de construir el Socialismo que salva.
¡Chávez es Garantía!
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