10.1.07

¡PUEBLOS!

Después de establecida La Gran Colombia, El Libertador enfrenta una decisión, ir al sur para expulsar definitivamente a los españoles del continente, o permanecer en territorio grancolombiano consolidando la nueva nación.

Sabía Bolívar, que la libertad de la naciente patria dependía de la construcción de un polo de naciones que participara en el equilibrio geopolítico mundial, que no era posible la existencia de naciones aisladas sin que fueran subyugadas por los imperios existentes. Pero dudaba. Sabía también que la patria nueva reclamaba sus esfuerzos, había tareas inconclusas, los espectros infames rondaban su criatura.

Tomo una decisión, se fue al sur. Bomboná, Quito, Junín, el Perú, sintieron el huracán guerrero y libertador, Lima conoció de sus amores, Bolivia, su Bolivia, presenció la grandeza del estadista y visionario… Pero no todo era gloria, del norte, de su Gran Colombia, bajaba el viento pestilente de la mezquindad. Ayacucho cubrió de gloria a Sucre, y también mostró en toda su vileza a la nueva oligarquía que retoñaba en el suelo de Caracas y Bogotá. El Congreso había ordenado a Bolívar, al Libertador de medio continente, al constructor de la nación donde ellos vivían, o deberíamos decir reptaban, ese Congreso, había ordenado, tuvo la osadía de ordenarle, que dejara la jefatura del ejército. Comenzaba la felonía que terminó en San Pedro Alejandrino y en la disolución de la Gran Colombia. El sueño fue postergado. Bolívar, sucumbió, no frente a las poderosísimas fuerzas del imperio, sino frente a la ruindad que retoñaba a sus espaldas. ¿Qué falló? ¿Por qué los triunfos se transformaron en tragedia?

Una revolución es una contradicción entre la grandeza que demanda el compromiso, y la pequeñez arrastrada del pasado. Es una contradicción entre el águila y la mosca. Siempre será así, el vuelo alto, los sueños elevados, los saltos al futuro, son acechados por la infamia que se quiere superar. El pasado nos envía heraldos sombríos para contaminar la obra de los grandes.

Derrotar el pasado para construir el futuro, no es posible sin la sociedad. Los individuos liberan, conducen la liberación, pero su consolidación sólo se logra si los pueblos superan la conducta egoísta del pasado y construyen, entre todos, la nueva moral y la nueva ética, la vigilancia revolucionaria, la defensa revolucionaria de los logros. Entonces, la falla estuvo, diría Simón Rodríguez, en que El Libertador dejó tras de sí a hombres, no dejó a pueblos. La revolución es obra de sociedades concientes, de la vigilancia que sólo puede ejercer el colectivo.

El soporte vital de una geopolítica revolucionaria es la construcción, en las zonas arrancadas a la influencia del imperio, de conciencia revolucionaria; es la construcción de pueblos de los que no se pueda “abusar de su credulidad”.

¡Solo el Socialismo salva al pueblo!

¡Chávez es socialismo!

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