Los sistemas de
dominación entendieron que la división de sus enemigos es una garantía de su
permanencia, y comprendieron que la división más importante es la ideológica.
Desde siempre han intentado dividir al Cristianismo y a la Revolución, separar
la espiritualidad revolucionaria de la práctica revolucionaria, la conciencia
de la materialidad. De esa manera castraron a una y a otra, y así consolidaron
por milenios la dominación.
A Cristo, al
cristianismo, lo privaron del componente político revolucionario, lo
absorbieron, lo pusieron al servicio de las clases dominantes, lo transformaron
en formidable barrera defensora de sus derechos. Cortaron sus nexos con las
luchas de los desposeídos, a estas luchas las privaron del objetivo de la toma
del poder político, remitieron su redención a otro mundo, las convirtieron en
inofensivas. Transfiguraron a Cristo en iglesias monumentales, lo subieron al
altar y lo alejaron de la lucha por la redención definitiva de los humildes, de
la revolución.
A las luchas
revolucionarias las confinaron a las luchas por objetivos materiales,
abandonando lo espiritual. Así, se pensó y se dijo que bastaba con modificar
las relaciones de producción para que, de las nuevas relaciones, brotara la
nueva espiritualidad.
Cristo fue
secuestrado por las clases dominantes, y la Revolución no se planteaba
liberarlo, se conformaba con las luchas en lo económico.
Fueron el Che y
Fidel, a los que podríamos calificar los más cristianos de los ateos, quienes
en la teoría y en la práctica consiguieron iniciar la fusión de Cristo y la
Revolución, y eso es la Revolución Cubana. Ese proceso demostró en la práctica,
y la historia así lo confirma, que la "Revolución verdadera tiene que ser
una fusión de lo espiritual dirigiendo los cambios materiales, y los cambios
materiales soportando a la espiritualidad". Desde la toma del Moncada,
todos los grandes pasos de la Revolución de Fidel han sido signados por esta
máxima.
Ahora sabemos
que, en esta parte del mundo, no podrá haber Revolución sin Cristo, el que
magníficamente nos muestra Rubén Dri en su libro "El Movimiento
Antiimperial de Jesús", el verdadero, el revolucionario, el que se
enfrentó al Imperio Romano y a los jerarcas religiosos, cómplices de esa
dominación. Sin unir a ese Cristo con el empeño revolucionario, sin unir
esa experiencia espiritual con la experiencia revolucionaria, sin fusionarlas,
no habrá Revolución.
No podrá haber
Revolución sin bajar de los altares a Cristo, sin liberarlo, y sin que se dé la
mano con Marx, con el Che, Lenin, Trotsky, Mao, Rosa, Fidel y Chávez. Es época,
los tiempos están maduros, de hacer realidad el “amaos los unos a los
otros”, de dotar a ese hermoso mandamiento de la materialidad, de las
relaciones, que intentaron los Cristianos Primitivos que ejercieron el "de
cada quien según su capacidad, a cada uno según su necesidad”.
Sin duda Cristo
era socialista, y Marx cristiano. Ellos no lo sabían, pero qué importa, no es
un problema de etiquetas sino de acción. A los dos los guiaban profundos
sentimientos de amor.
¡Con
Chávez es con Maduro!
3 comentarios:
Los jerarcas de la Iglesia separaron a Jesús su dimensión política y revolucionaria, construyeron con su dimensión espiritual un universo simbólico que usaron para la dominación. Acabaron con el imperio romano, pero impusieron un imperio de la Iglesia cristiana. Así vemos como estos papas, hicieron guerras, conquistaron territorios, ejercieron roles políticos. Alan Watts, en remontando la fuente.
Los jerarcas de la Iglesia separaron a Jesús su dimensión política y revolucionaria, construyeron con su dimensión espiritual un universo simbólico que usaron para la dominación. Acabaron con el imperio romano, pero impusieron un imperio de la Iglesia cristiana. Así vemos como estos papas, hicieron guerras, conquistaron territorios, ejercieron roles políticos. Alan Watts, en remontando la fuente.
Sin duda Chávez terminó de bajar a Cristo de los altares. Ahora no caigamos en la trampa, que ya se vislumbra, de dejar que nos suban a nuestro Comandante Supremo a esos altares. Que lo mantengamos Vivo en el Pueblo como un legado Viviente que nos enrumbe hacia la construcción definitiva del Socialismo.
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