Hay conceptos que por el mal uso se transforman en una especie de comodín, útil para salir airosos de cualquier dificultad teórica o práctica. Uno de esos conceptos es "inventamos o erramos", otro es "en construcción". Con esos "comodines" se han deslizado muchas fábulas y se ha evitado el rigor del estudio y del pensamiento.
Sin embargo, hay un comodín que les gana a todos: "la transición". Este comodín tiene el aroma de la profundidad teórica, se lanza y atrás viene la cita de Gramsci, de esta manera está decorada la escena para sostener cualquier barbaridad.
Así, la alianza con el capitalismo se justifica con la "transición". Estimular las empresas capitalistas es la "transición". No se hacen los cambios, "transición". Mejor comodín imposible, se usa y, como varita mágica, todo se explica. En la "transición" cabe todo. El uso perverso del concepto trae un problema y una exigencia.
La transición existe, es necesaria, la impone la realidad. La dificultad es diferenciar la verdadera transición de la transición que evade, de qué manera la identificamos, cómo nos movemos en ella. Veamos.
La transición es esa zona donde, como dijo Gramsci: "Lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer", y añade que son momentos de claroscuro donde pueden renacer monstruos. Deducimos que la transición no es una zona de tranquilidad, donde lo que hagamos calza bien, ¡No!, al contrario, es un territorio de feroz lucha de clases, de profunda lucha ideológica.
Siendo así, la preparación teórica, el estudio de la realidad, son indispensables para el éxito revolucionario en la transición. En otras palabras, en la transición la Revolución puede salir derrotada.
De todo esto surgen unas preguntas que nos guían ¿Cómo saber si en la transición vamos bien? ¿Cuál es la meta? ¿Hacia dónde vamos?
Lo primero, es entender que la transición es una violenta pugna de tendencias. La contrarrevolución, en todas sus versiones, lucha por imponer su lógica, sus valores, sus principios políticos y económicos, y la Revolución batalla por superar la cultura del capitalismo, de la contrarrevolución.
Allí está la medida de lo acertado del camino de la Revolución. Si las medidas que tomamos benefician, estimulan los valores de lo viejo, vamos mal, por el contrario, si benefician la ética, la cultura del Socialismo vamos bien.
De allí que para navegar con éxito en la transición es indispensable conocer hacia dónde vamos, cuál es el objetivo de la Revolución. La tarea no es fácil, las diversas respuestas evidenciarán la feroz lucha interna.
Los reformistas no tienen respuestas claras a estas preguntas, prefieren refugiarse en comodines, imputar la imprecisión a la "transición", morderse la cola, diluirse en generalidades.
La confusión de metas ayuda a la oligarquía, el espontaneísmo termina siempre reproduciendo lo viejo. Los revolucionarios debemos establecer claramente el objetivo, sólo así el camino adquirirá sentido, podrá ser evaluado, corregido, y sólo así podremos pensar en el triunfo sobre la tendencia contrarrevolucionaria.
¡Sin Chávez no hay Socialismo, Sin Socialismo no hay Chávez!
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