Todo sistema social tiene un espíritu, dentro de esos límites se mueve la sociedad y los individuos, transcenderlo es revolucionario, o mejor, transcenderlo es la esencia de la Revolución. Es allí la batalla. Veamos.
Lo primero es precisar el terreno donde sucede la batalla.
La cultura de las clases dominantes tiene como objetivo formar un hombre incapaz de insurgir en contra de la dominación. Con tal profundidad instalan en el alma del dominado la cultura de la dominación, que éste es incapaz de pensar, de sentir, de actuar, fuera de los límites de la sumisión a esa cultura.
Es así, en momento de tomar decisiones de ruptura, de aceptarlas, se impone el espíritu oligarca que habita a pueblos y a individuos. Hasta los insurgentes tienden a resolver los dilemas con las reglas, dentro de los límites de la dominación oligarca.
De allí que la Revolución sea un proceso de derrumbamiento del paisaje oligarca, el que acecha afuera y el agazapado dentro de nosotros mismos, muchas veces disimulado, pero siempre evitando dar el salto revolucionario, siempre manteniéndonos dentro de sus límites.
Este peligro es mayor en las revoluciones pacíficas, donde los límites se confunden. Los revolucionarios se pueden ilusionar por las derrotas que han infringido al enemigo oligarca, y en esta alegría olvidan que todavía están en terrenos donde la dominación cultural está intacta: atrapados en el mismo paisaje, los mismos límites, el mismo escenario, con las cadenas y los dardos instalados en el inconciente de los dominados, listos para entrar en acción.
Cuando la Revolución obtiene triunfos dentro de la cultura oligarca, en realidad lo que conquista es la oportunidad, el tiempo para romper las cadenas culturales y psíquicas de la dominación. Estas preparan el escenario, inhiben a la base social de la Revolución, no la dejan actuar en los momentos decisivos.
Entonces los triunfos reales, importantes de la Revolución, son los cambios de conciencia, de cultura, de psiquis, del espíritu de su masa de apoyo. Los demás éxitos son importantes, pero transitorios.
Esta es la clave y el reto para el triunfo de la Revolución: cómo sustituir, con el espíritu de la Revolución Pacífica, el paisaje de la sumisión.
Uno de los componentes para esa sustitución es la presencia del líder, cuya imagen y ejemplo, conectado con lo profundo del alma de la masa, sirve de vehículo a los nuevos valores, al nuevo espíritu, a la construcción del nuevo paisaje.
El otro componente es la Movilización.
El pueblo tiene en la movilización uno de los más importantes instrumentos de aprendizaje de actuación fraterna, de caldeamiento del espíritu socialista, de acumulación para la construcción de un nuevo cuadro. La Movilización debe ser organizada y permanente.
Dejar la movilización popular a la espontaneidad es desarmar de antemano al pueblo frente a la agresión oligarca. Es una concesión imperdonable a las ideologías fantasiosas, y una vía segura para la derrota. La respuesta espontánea es, en el mejor de los casos, táctica, carece de profundidad estratégica.
¡Chávez es Socialismo!
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