Esa región al pie de la montaña oscura se había convertido en desierto.
No se sabe si por errores de sus mejores habitantes, o por la infamia de los monstruos del norte, o quizá por la combinación de la protervia de todos.
Se hicieron fallidos intentos de reverdecer el valle, algunos ofrecieron su sangre, otros dieron sus lágrimas, el sudor fue un vano bálsamo.
El valle, la región al pie de la montaña seguía convertida en desierto, la vegetación que algún día tuvo, era una nostalgia de algunos viejos habitantes.
Y tal como son las cosas de la vida, del desierto surgió un manantial,
Y tal como son las cosas de la Revolución, contracorriente, subió el manantial la montaña oscura, y desde ese día…
El agua bajaba, desde lo alto de la montaña.
Todo a su paso fue vitalizándose.
Los ciegos pudieron ver.
Los ignorantes leer.
Los enfermos tuvieron salud.
Los intocables cobijo.
Los hambrientos maíz.
El valle, a la falda de la montaña se cubrió de dignidad.
Todos tuvieron amor, y poco a poco, el desierto que llevaban por dentro se cubrió de flores que crecían bellas y perfumadas, regadas por el agua cristalina del manantial.
Pasó el tiempo y la gente se acostumbró a la bonanza.
Ahora, algunos que olvidaron el desierto, quieren cegar al manantial,
porque no les gusta por donde corre el agua. O que el agua corra con fuerza de tormenta y riegue a todo el continente.
Es inaceptable que el agua riegue más a aquella parcela, que a la mía.
Es inapropiado que el agua se lleve en su fuerza un poco de mis espigas.
O de las letras de mi nombre.
O de los nombres de mis amigos.
Es inadecuado que moje mi periódico
y el avisito que cuelga en la puerta hace siglos.
El agua deslava mi color amado
y el curul que tengo en la sala.
Es inadmisible que todo sea el manantial y no yo, o los yoes que somos.
¡Hay que cegarlo! Gritan sin conciencia.
Prefieren disolverse en arena seca, que en la fértil agua cristalina de manantial.
¡Con Chávez todo, sin Chávez nada!
No se sabe si por errores de sus mejores habitantes, o por la infamia de los monstruos del norte, o quizá por la combinación de la protervia de todos.
Se hicieron fallidos intentos de reverdecer el valle, algunos ofrecieron su sangre, otros dieron sus lágrimas, el sudor fue un vano bálsamo.
El valle, la región al pie de la montaña seguía convertida en desierto, la vegetación que algún día tuvo, era una nostalgia de algunos viejos habitantes.
Y tal como son las cosas de la vida, del desierto surgió un manantial,
Y tal como son las cosas de la Revolución, contracorriente, subió el manantial la montaña oscura, y desde ese día…
El agua bajaba, desde lo alto de la montaña.
Todo a su paso fue vitalizándose.
Los ciegos pudieron ver.
Los ignorantes leer.
Los enfermos tuvieron salud.
Los intocables cobijo.
Los hambrientos maíz.
El valle, a la falda de la montaña se cubrió de dignidad.
Todos tuvieron amor, y poco a poco, el desierto que llevaban por dentro se cubrió de flores que crecían bellas y perfumadas, regadas por el agua cristalina del manantial.
Pasó el tiempo y la gente se acostumbró a la bonanza.
Ahora, algunos que olvidaron el desierto, quieren cegar al manantial,
porque no les gusta por donde corre el agua. O que el agua corra con fuerza de tormenta y riegue a todo el continente.
Es inaceptable que el agua riegue más a aquella parcela, que a la mía.
Es inapropiado que el agua se lleve en su fuerza un poco de mis espigas.
O de las letras de mi nombre.
O de los nombres de mis amigos.
Es inadecuado que moje mi periódico
y el avisito que cuelga en la puerta hace siglos.
El agua deslava mi color amado
y el curul que tengo en la sala.
Es inadmisible que todo sea el manantial y no yo, o los yoes que somos.
¡Hay que cegarlo! Gritan sin conciencia.
Prefieren disolverse en arena seca, que en la fértil agua cristalina de manantial.
¡Con Chávez todo, sin Chávez nada!
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