Cuando conocimos la anécdota del Che y las lechugas, que más allá de la cuota le hacían llegar a su casa, pensamos que ese rechazo tan tajante al pequeño privilegio era una exageración.
Después leímos lo de la bicicleta que le regalaron a su hija en una fábrica, el regaño que el Che le dio al funcionario y la devolución forzosa del obsequio, y nos convencimos que el Che era un cascarrabias extremista.
Esa idea nos acompañó hasta que nos sumergimos en la Revolución Bolivariana. Nada enseña más de Revolución que la Revolución misma.
Con la Revolución Bolivariana hemos comprendido que el pilar central de un sistema son los valores, allí se sustenta todo el entramado social. La Revolución debe construir el milagro de superar los valores de lo viejo, y en ese empeño la conducta revolucionaria debe ir al extremo. Toda Revolución debe ser extremista, so pena de correr el riesgo de ser atrapada por la restauración.
Cuando el Che rechaza las lechugas, está, como dirigente, dando una lección al pueblo y a los otros dirigentes, está educando con el ejemplo, transformando “la exageración” en una lección, en una muestra de lo que debe ser cotidiano.
El ejemplo, la conducta, son los vehículos de la ética y la moral, son las armas en el combate contra los valores de lo viejo, lo que equivale a decir, son las armas más importantes en la lucha revolucionaria.
Cuando el Che, en su famoso discurso en la ONU , nos dice que “al imperialismo no hay que creerle ni tantico así… nada”, no está exagerando, está, en palabras de Fidel, sentando un principio estratégico que fácilmente podríamos extender al capitalismo, a los oligarcas, a los burgueses.
Y su mirada durante ese discurso nos da una lección de cómo los revolucionarios deben ver, deben relacionarse con la bestia imperial y con sus instrumentos de dominación.
Es la misma mirada y la misma actitud del Libertador cuando redacta el Manifiesto de Cartagena. Es la mirada del Negro Primero en la Batalla de Carabobo.
No hay otra mirada para enfrentarse a la bestia que quiere arrebatarnos el derecho a existir, es la mirada fuerte, decidida, corajuda del que defiende a lo más querido contra sus enemigos.
Por eso, cuando vemos permisividad en nuestros medios, cuando vemos a Leopoldo, el mismo que corrió a guarecerse en la falda de Obama, en los programas del canal 8, cuando lo vemos compartiendo jovialidades con el presentador, entendemos que estamos haciendo un gran daño a la causa revolucionaria.
La Revolución debe ser exagerada, extremistas en el trato con los oligarcas y en el rechazo a sus valores. Allí no debemos dejar lugar a dudas, ni una lechuga de más, ni una bicicleta fuera de orden, y siempre la mirada heladora del que defiende sus razones sagradas con la vida si es necesario.
Criticar es amar
José Martí
José Martí
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