8.1.08

ENTREVISTA AL SAMÁN DE GUERE

En la madrugada me acerco a entrevistar al Samán de Güere. Fue una noche cerrada, pero ya salió fulgida luna para iluminar al viejo árbol… Se ve imponente custodiando al país.

Me tiendo bajo su fronda, cavilo sobre las preguntas que le debo hacer… no es fácil entrevistar a alguien que ha vivido tantas aventuras, y que tiene tanta experiencia a pesar de no haber recorrido mundo. Quizá deba comenzar preguntándole por el Juramento ¿lo recordará?...
El viento comienza a soplar con más fuerza y oigo un rezongo, triste como las viejas africanas cuando hay hambruna y cae la tarde. No puede ser, tengo que estar alucinando: el Samán está murmurando, se queja de su suerte:
“He vivido demasiado, he llorado demasiadas derrotas. Cubrí con mi fronda al Libertador, para después saberlo padeciendo por no haber hecho feliz a la tierra que tanto amó.
Vi el rostro traidor de Páez camino a Valencia.
Y Zamora me bordeó. Lo seguía una jauría de traidores sedientos de gloria ajena y riquezas fáciles.
He visto como estos campos, verdes por el sudor humano, se convirtieron en rancherías, símbolos paradójicos de la riqueza petrolera.
Todos los esfuerzos libertarios se extraviaron entre el corazón duro de algunos y las condideces de otros. Es que son muchas las posibilidades de perderse el amor, y escasa la posibilidad de concretarlo.
Un día vino un joven, dicen que era de una isla del Caribe, la mayor. Cantaba poemas que hablaban de la guerra amorosa, era extraño un guerrero que pregonaba el amor al contrincante, sus amigos le decían José Julián, y otros simplemente Martí.
Después supe que levantó vuelo montado en un caballo que iba al galope.
Un diputado que ahorcaron en los calabozos también me visitó, me pareció decidido, pero ingenuo.
Dicen que un argentino, famoso por pregonar el amor y la firmeza, vino en moto, no lo recuerdo.
Recientemente llegaron unos jóvenes, cuatro o cinco, venían al trote lento, contentos, con el corazón henchido de Patria, aquí juraron, y vi por segunda vez la mirada limpia del que murió en San Pedro Alejandrino. Esa noche y las noches siguientes lloré y recordé a Zamora.
He vivido demasiado, he visto demasiadas derrotas del amor, pero después de tanto tiempo conozco la fórmula para vencer a las oligarquías infames.
Si alguien quisiera oírme, si aquella mirada limpia que vino al trote volviera y me oyera, entonces, quizá la historia cambie, y yo no me quejare más por haber vivido tanto y haber presenciado tantas derrota del amor”.
Luego el rezongo se trocó en plegaria y se hizo casi inaudible, sólo pude grabar palabras sueltas:
“No confíe ni en oligarquías ni en oligarcas, no acepte sus convites… apóyese en la historia, y salte por sobre su tiempo… siempre adelante… lo que vale es lo que florece en el corazón de los humildes”.
Después, ustedes no me lo creerán, pero vi al Samán llorando y me retiré asombrado.

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