Hay épocas en que los artistas dedicados egoístamente
a su obra, que creen desligada de la realidad, despiertan y se reconocen
agentes deformadores al servicio de la clase dominante. Son épocas
revolucionarias en las cuales la clase dominante está en peligro de perder sus
privilegios, uno de ellos, tener el arte a su servicio.
Cuando la clase
dominante tiembla exige a sus artistas que desciendan de sus parnasos y rompan
lanzas en defensa de sus mecenas. El tinglado de prestigio, el tejido vetusto
de reconocimientos, todo, debe ser defendido junto al capital: los dos corren
parejos, son caras de la misma dominación.
En esos momentos
se acaba la majadería del "arte por el arte", se caen las máscaras de
la belleza imparcial y surgen con vigor los verdaderos papeles de cada uno: los
artistas, quieran o no, sépanlo o no, son militantes, expresión de una clase social.
Los integrados a
la clase dominante difieren en cómo expresan los intereses de esa clase, lo
harán dependiendo de su calidad. Los de mayor talento producirán obras
perdurables, verdaderos patrimonios de la humanidad, los mediocres se
refugiarán en el odio para disimular la ausencia de la musa. Estos últimos van
a la lucha política con las armas de lo ramplón, escribirán medianías en la
prensa oligarca, y sólo podrán "elevarse" hasta escritos chatos que
repiten tosquedades intentando inútilmente cegar la luz que ya ilumina al
horizonte.
La calidad de la
clase dominante se evidencia por la calidad de sus intelectuales, la fuerza y
vigencia de la clase se refleja en sus intelectuales. Cuando la clase está en
su apogeo el futuro le pertenece, entonces insufla de vigor a sus
intelectuales, se producen obras que trascienden, son patrimonio de la
humanidad.
Cuando la clase
dominante ya en decadencia no tiene nada que ofrecer, cuando sus mejores días
pasaron y ahora es un sarcasmo, cuando ya sus valores no se transforman en
moral y son incapaces de contener la insurgencia de los humildes, entonces el
odio de sus intelectuales integrados sólo produce justificaciones para la
crueldad contra los pueblos rebelados.
Las clases
emergentes, la Revolución naciente, necesitan de intelectuales integrados que
transformen la rebeldía en arte. Deben buscarlos donde estén, parirlos. Sobre
ellos se refleja el primer rayo de luz que anuncia al nuevo mundo. Surge un
arte que lo representa y presagia. Así, la literatura, la pintura, el teatro,
la música, el cine, adquieren nuevas luminosidades.
Si lo anterior
falla, si la carencia persiste, la sociedad entra en peligrosa aridez
intelectual. El humor, la algarabía, el chiste, la historieta, la simulación
fácil, anuncian la pérdida de la batalla cultural, y así la sociedad entra en
territorios de animalidad donde cualquier crueldad es posible.
Esta es la
calidad, la esencia de la batalla dentro del arte. Que aquí podamos resolverla,
discutirla e ir a los fundamentos, dependerá la calidad de nuestra Revolución.
Es urgente levantar un gran movimiento artístico comprometido con la
Revolución.
¡Con Chávez es con Maduro!
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