La Revolución es un acto social contra lo imposible.
Nunca es un proceso fácil, aceptado, sin riesgo, es por eso que exige de los
revolucionarios el vértigo de lanzarse a lo desconocido impulsados sólo por la
convicción de lo imaginado. Martí sintió a la Revolución y sentenció:
"es hacer posible lo imposible", "tomar el cielo por
asalto".
La Revolución siempre es un imposible… hasta que se
realiza. ¿Quién podía creer en la insurgencia de 1810 contra un gobierno
designado por Dios? ¿Quién acompañaría a Gual y España? Sólo los poseídos por
la cualidad humana de poder imaginar un mundo mejor para todos y de
concretarlo, guiados por el más elevado altruismo: el amor, la fraternidad, la
entrega por el bien social. Sólo los guiados por la ética revolucionaria, sin
mezquindad, sin egoísmos, dedican la vida a construir lo imaginado aunque ello
signifique ir a los extremos.
En el alma del individuo la Revolución significa un
renacer, es dejar todo atrás y construir un mundo nuevo. En el momento de ese
verdadero parto, en el instante que la vida requiere el paso revolucionario
decisivo, es cuando se pone a prueba el carácter revolucionario del
revolucionario.
¿Qué pensó Chávez la noche que antecedió al 4? ¿Qué
sintió cuando cerró tras él la puerta de su casa para ir al encuentro con lo
desconocido, a jugársela, a dejarlo todo atrás,
a ofrendar su vida por sus creencias? No lo sabemos, pero seguramente en
su espíritu privó lo social, el bien común, la Patria, los altos sentimientos
de amor.
Es así, en el alma de los revolucionarios se
escenifica la pugna esencial del género humano, la batalla de la vida, el
futuro, enfrentada a la muerte, a la permanencia en lo conocido. Esa es la
fuerza motriz de la humanidad, la misma que acompañó a Bolívar, a Martí, a
Fidel, y a todo el que un día dio el paso de romper con el pasado y hacerse
hombre del futuro.
Los revolucionarios son militantes, seres del futuro,
que viven en un presente que para ellos ya es pasado. Su sueño les exige un
rompimiento infinito y un construir eterno, viven en un proceso sin fin. Cuando parece que alcanzaron una meta, que ya pueden
desmontar de la cabalgadura y descansar, entonces surge un nuevo horizonte, la
nueva incomprensión, trabajar de nuevo para convencer, montar de nuevo a
Rocinante, cabalgar al infinito. El revolucionario no puede tener miedo a la
incomprensión, ese es un componente ineludible de su tránsito.
El
Revolucionario es un predicador del futuro de hermandad. Debe convencer con su
ejemplo, con su acción y su prédica, de la necesidad de las medidas
revolucionarias, de aquellas que conducen al cambio profundo, al Socialismo. Su
tarea es crear la situación revolucionaria para que esas medidas sean
aceptadas, reclamadas por la sociedad. La historia revolucionaria es la
historia por crear estas situaciones, allí se resume la esencia de la lucha,
ese es el arte de ser revolucionario.
¡Con Chávez todo sin Chávez nada!
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