El arribo al gobierno es indispensable para una Revolución, porque sólo desde allí se puede socializar la espiritualidad revolucionaria, irradiarla a toda la sociedad, colocarla en el centro de la pugna por la hegemonía, por la conducción.
Es el Gobierno Revolucionario el comando de la batalla por la sustitución de la conciencia. Siendo así, la espiritualidad que irradia desde el gobierno, será rectora, determinará el sentido de las acciones parciales. En otras palabras, el camino, la velocidad, el ritmo de la batalla central de la Revolución, que es la sustitución de la conciencia egoísta capitalista, estará determinada por la espiritualidad que el gobierno refleje sobre la sociedad.
Ahora bien, en el gobierno, en el seno de la Revolución, ocurre una feroz lucha ideológica, de clases, y esta lucha ideológica se manifiesta en la práctica del gobierno: es su reflejo y se refleja en él. La ideología hegemónica en el gobierno, será la ideología hegemónica en la práctica del gobierno.
Este fenómeno se aprecia muy bien en la Revolución de la Independencia: Bolívar tenía el mando, pero las ideas que él encarnaba no eran hegemónicas, fue así que no pudo imponer la liberación de los esclavos, que era una reivindicación que marcaría el carácter de aquella Revolución. A pesar de tanto esfuerzo y tanta batalla de los desposeídos y sus líderes, al final dominó la ideología y la práctica oligarca, y el Libertador terminó sus días en Santa Marta pensando que había arado en el mar.
Nuestra Revolución vive intensamente esta situación de enfrentamiento, ocurre a todos los niveles, desde el plano individual, dentro de nosotros mismos, hasta en las más altas esferas de la conducción.
En esta realidad, surge una pregunta: ¿Qué deben hacer los Revolucionarios, cuál debe ser su práctica?
La práctica revolucionaria será la que apuntale y sea sustentada en la teoría revolucionaria, la que contribuya a fortalecer la opción revolucionaria. Esto es, aquella práctica que acompañe el ritmo, la velocidad, los límites propuestos por el Comandante Chávez, y que dentro de esos límites impulse la Conciencia del Deber Social, la integración de la sociedad como esencia del Socialismo y a la Propiedad Social de los Medios de Producción administrados por el Estado como pilar fundamental de esa conciencia.
La práctica revolucionaria debe contribuir a hacer hegemónica la ideología, la espiritualidad revolucionaria, entrelazarse con ella, influirse mutuamente, enriquecer y ser enriquecida por la teoría. Debe demostrar con resultados, en primer lugar, que produce apoyo a la Revolución, forma militantes revolucionarios, hombres nuevos, nuevas relaciones humanas, y que ese apoyo militante surge de la comprensión de la pertenencia a una causa sublime: la defensa de la Humanidad, de la Patria. Con ese sentimiento enraizado en el alma seremos invencibles.
La Revolución nuestra ha llegado a un punto donde se puede medir la eficacia de las diferentes propuestas ideológicas por sus resultados.
¡Chávez es Socialismo!
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