6.7.06

CONVERTIR LO MILAGROSO EN COTIDIANO

Una Revolución es un milagro, más que un milagro quizá deberíamos decir que una Revolución es convertir lo milagroso en cotidiano. Al ser humano le es propia la tentación de permanecer, y la desazón por el cambio. Esa es su naturaleza histórica. Ahora bien, si una Revolución es el cambio más completo y profundo que se puede dar en una sociedad, ya podremos imaginar los obstáculos con los que tienen que lidiar los revolucionarios.
El más importante de los obstáculos se sitúa en el interior de nuestra propia alma. Entender, más que entender, sentir que hay que cambiar los cimientos de lo que hasta ese momento había sido nuestro universo, cambiar la forma de pensar, obrar, vivir, con la que nos hicimos adultos, significa romper radicalmente con nosotros mismos. Fundar un nuevo mundo, profundamente, revolucionariamente opuesto a todo lo que hemos aprendido desde niño, es un salto desde la seguridad de permanecer, al hermoso, pero muy angustiante cielo de lo desconocido, de lo inédito.
Ya lo anterior es difícil, y se complica más con la circunstancia de que no siempre tenemos la sabiduría para entender, para saber qué es lo viejo, lo que debe ser sustituido, o mejor, cuáles son los pilares psíquicos más profundos que sostienen a lo viejo. Esa angustia la tuvo la Revolución Francesa y, torpedeando a lo viejo, cambió hasta los nombres de los meses. Sin embargo, dejó intacta la psicología de la sumisión que sustentaba a la monarquía y fue así, cimentada en esa psiquis, que se dio la restauración. Lo viejo regresa cabalgando las conductas sembradas en lo profundo de la psiquis de los hombres que hacen Revolución.
Cuando nos comportamos con las mismas conductas de lo viejo, las mismas jerarquías, los mismos saludos, los mismos halagos, lisonjas, rechazos, en resumen el mismo sistema de valores y antivalores, es el pasado que permanece, y así se manifiesta. Cuando nos resistimos a cambiar lo importante y buscamos excusas similares a las de los adictos para no hacer los cambios profundos, es también el pasado que desde el fondo del alma dirige nuestra conducta.
Cuando nos conformamos con hacer solamente un buen gobierno, cuando detenemos la marcha del huracán revolucionario en nombre de una rara normalización de la vida, evidentemente estamos siendo gobernados por lo antiguo, y el pavor a los cambios nos paraliza como se paraliza el neurótico frente al motivo de sus fobias.
Los revolucionarios, sobre todo los dirigentes, deben cambiar por dentro y por fuera. La Revolución se fundamenta en romper con las cadenas que nos instaló la dominación durante toda nuestra vida. Sólo así podemos tomar las medidas correctas para hacer de la Revolución una realidad para todos.
¡Sólo el Socialismo salva al pueblo!
¡Chávez es Socialismo!

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